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Este año 2001

¿Qué haremos de nosotros y de nuestra nación?

El año 2001 –más extraño al escribirlo que el 2000, quizás porque nos encontrábamos acostumbrados a las fechas del siglo XX– no nos aguarda, sino que nosotros lo construimos mientras avanzamos, instante por instante, viviendo los acontecimientos nuevos, constantes, diarios. Nuestro instante, mezcla de lo que deja de ser y de lo que está por acontecer, transcurre continuamente como agua que brota, manando constantemente todo el material que nos sostiene, a nosotros y todo lo demás.
Nos imaginamos que allí queda el pasado inmóvil, petrificado, y, sin embargo, actuando sobre nuestro destino. Y también nos imaginamos que nos esperan acontecimientos definidos en el futuro, como si algo existiera ya en el porvenir. Pero solamente la reflexión nos permite advertir la madera de ensueño que tejen estas ilusiones: nada en el pasado y nada en el futuro, lo que transcurre erige tanto las fantasías del recuerdo como las previsiones del porvenir. Por esto celebramos las fechas memorables y reproducimos la imagen de los hechos, guardando así la tan provechosa memoria de los grandes acontecimientos históricos. Y tal como se suceden las estaciones anuales y se ajustan a ellas las labores agrícolas, también ajustamos a fechas determinadas la periodicidad de los juegos deportivos y las representaciones artísticas, los ciclos educativos y políticos, la existencia común e individual. En los hogares recordamos las fechas de partida y de llegada, las ocasiones memorables de la historia familiar.
Vorágine política. Y no solo reconstruimos continuamente la memoria del pasado, sino que trabajamos para los días por venir, previendo y proyectando, planeando a corto, mediano y largo plazo. En este nuevo año, en nuestra patria los mundos privados se encontrarán más invadidos por la fuerza extraordinaria de los intereses públicos, precisamente por ser el año de la contienda electoral. Nos preparamos para la embestida publicitaria, los mensajes, las promesas, la prosopopeya. Acaso asumimos esta conjura con un poco de humor tragicómico, y la sensación de lejanía que la vorágine política suele producir –por la vaga presunción de la realidad que se mueve en el trasfondo–, tales resabios mágicos no dejarán de beneficiar a los embrujadores de la política, mientras la sensatez no se difunda entre la gente.
Y, aunque hayamos puesto el mayor empeño en el orden de las proyecciones, no dejamos de percibir lo que la vida misma implica de riesgo y aventura, incertidumbre y azar, por la naturaleza misma de las cosas o por nuestra, en última instancia, insalvable ignorancia frente a lo que se levanta como límite trascendental de nuestras posibilidades.
Movimiento y vida. No vemos el movimiento de las cosas que parecen permanentes, como los edificios, las montañas o las formas de las constelaciones. Notamos los cambios de luz y color en el atardecer y los de muchas otras cosas. Mas percibimos muy fugazmente, o no percibimos del todo, los movimientos muy cortos y, menos todavía, los ultramicroscópicos. Hay movimiento y vida que existen y de los que solo hay conciencia en aquellos que los deducen mentalmente –antes que se muestren en los laboratorios–, con esa espléndida característica de las ideas que nos permite fundar en ellas el progreso y la fuerza de las revoluciones científicas, su firme idealidad, más originaria que su expresión matemática. Su idealidad, decimos –aquello que, al contrario de las etéreas fábulas que creó y hubo de superar Platón– hace que estas criaturas del espíritu, estas transmutaciones luminosas de la materia cerebral: las ideas, adelanten la visión de lo que se verá, como los primeros y maravillosos momentos de la vida que continuamente se desarrolla, desde que cada ser humano y cada ser vivo se conciben.
Así, nuestra memoria nos permite recordar y nuestros conocimientos nos permiten prever. Nuestra filosofía, reflexionar tenazmente acerca de nosotros mismos y continuar el precepto milenario de la necesidad de autoconciencia, la necesidad de nuestra propia afirmación espiritual. Entonces, ¿qué haremos de nosotros y de nuestra nación? Porque nada sigue siendo lo mismo y todo puede retroceder empeorando o avanzar mejorando, siempre todo en relación con todo. Como nada está fijo, sino todo en constante y continuo cambio mientras existe, está en nuestro poder conocernos y la decisión de superarnos. Ojalá de aquí en adelante reflexionemos.

  • POR Fernando Leal Arias
  • Opinión