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Una estrella de dos rostros

Es famoso por sus roces con árbitros, técnicos y colegas

Muchos críticos del futbol no se explican cómo la FIFA premió al temperamental italiano Paolo di Canio con el trofeo que exalta el juego limpio ( fair play ), porque, ante su tormentoso pasado de disputas con técnicos, jueces y rivales, más parece un gladiador romano que un jugador.
"¿Ángel o diablo?", se preguntó la semana pasada Cayetano Ros, periodista del diario español El País , en referencia irónica al gesto angelical de Paolo para detener la bola con las manos cuando estaba en disposición de anotar un gol fácil con el West Ham United, a fin de que atendieran rápido al lesionado portero del Everton.
El italiano se percató de que la lesión de su rival, Paul Gerrard, era grave y de ahí su acción. "No me esperaba que me vieran como a un psicópata porque empujé a un árbitro en Inglaterra, y tampoco esperaba los elogios que me hacen ahora", agregó Di Canio, de 33 años. Una actitud que el mundo aplaudió, pero que le valió el repudio de compañeros y la rechifla de su afición.
Pero el reportero también resaltó la capacidad del excompañero del tico Paulo Wanchope, al contar con un carácter que lo hace imprevisible. Él pertenece al mapa genético de varias figuras irascibles del futbol: el argentino Maradona, el paraguayo Chilavert, el brasileño Edmundo, el búlgaro Stoichkov y el francés Eric Cantoná.
A Di Canio le pasan cosas que a otros no, como haberse dado de golpes con los famosos técnicos del calcio , Giovanni Trapattoni y Fabio Capello, cuando estos dirigían respectivamente a la Juventus y al Milán, según cuenta una reveladora autobiografía recién publicada en el Reino Unido.
También se relata el incidente que tuvo con Ron Atkinson, estratega del Sheffield inglés, al que llamó "ladrón" y con quien llegó a las manos, que se tornaron en puñetazos entre ambos, en la campaña 97-98.
Y la polémica le llegó también el pasado 17 de diciembre, el mismo día en que recibió el galardón de la FIFA. El italiano se olvidó del "juego limpio" y fue suspendido un encuentro por la Asociación Inglesa de Futbol, por simular un penal.
El Maestro , como lo idolatra la afición del West Ham en Londres, fue amonestado por el árbitro Mike Riley por dejarse caer en el área, y acumuló la quinta tarjeta amarilla, por lo que no pudo jugar el sábado anterior contra Liverpool (1 a 1), por la Liga Premier.
Peleador nato
El hijo de un albañil, Ignazio, y una ama de casa, Pierina, nació en el lugar indicado, Roma, pero en la época equivocada, porque "el tipo es un gladiador romano a la antigua", según el cronista Martín Mazur, de la revista argentina El Gráfico .
Paolo se crió en un barrio obrero de la capital italiana y aprendió a corta edad lo que es competir y jugar duro. Sus primeras patadas a un balón las dio en una superficie de cemento para tender la ropa.
A los 12 años y sin avisarle a su hermano Giuliano, vendió su bicicleta y por ello recibió una paliza. Él, como venganza, le clavó un tenedor en la espalda a Giuliano, que se lo tuvo que sacar su papá.
Un año después entró en las categorías inferiores del Lazio. Pero la tendencia suya a involucrarse en conflictos e historias curiosas se edificó allí. En su barrio romano, Quarticciolo, Di Canio y los más jóvenes del equipo eran seguidores de los hooligans ingleses y fundaron un grupo más violento, al que llamaron los Irreducibili , algo así como los que nunca ceden.
Di Canio siguió en su adolescencia a esa ultra de fanáticos del Lazio, que causaba desórdenes en trenes y calles de sitios donde jugaba el equipo. Esas actividades las hizo en forma secreta, porque, de no ser así, lo hubieran echado del club romano.
"Las peleas entre ultras eran mano a mano. Era una cuestión de sobrevivir: la ley del más fuerte. Y esa es la mentalidad de hoy en la cancha: un partido no es una batalla, pero si te lo tomás como tal, hay que ser un guerrero, porque te va a ir mejor", admitió el delantero.
Lazio, en dificultades económicas, lo quiso vender a la Juventus, pero se resistió y cayó en una depresión. "El club me envió a un psicólogo, pero no funcionó". Acudió a una curandera y sí lo sanó, dijo.
Di Canio, que nunca ha sido internacional con Italia, llegó a la Juventus, luego al Nápoli y de ahí saltó al Milán, pero en esos clubes no tuvo opciones ni fue ídolo, como sí lo fue en el Celtic escocés.
En Glasgow lo primero que hizo fue depositar una cabeza de salmón en la cama del capitán del Celtic, Peter Grant, que tiene fobia a los peces. Y lo segundo, le gritó al entrenador Tommy Burns. Después se hicieron grandes amigos y sus propios colegas lo escogieron "jugador del año".
El Sheffield Wednesday inglés lo compró en 1997 y pasó el peor momento de su atribulada carrera. Un incidente que recorrió el mundo: el empujón al árbitro Paul Alcock, en partido de la Liga Premier contra el Arsenal, en setiembre de 1998.
La Asociación inglesa lo suspendió, por ello, 12 encuentros y lo multó. El Wednesday le permitió viajar a Italia, pero no regresó al alegar ser víctima del estrés.
Paolo di Canio debía comenzar de nuevo y hallar la felicidad. La logró al vincularse al West Ham, a partir de 1999.
Fuentes consultadas: Revista El Gráfico (Argentina), agencias de noticias y los diarios El País (España) y La Nación.

  • POR Rodrigo Calvo C. / rcalvo@nacion.com
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