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Psicóloga
La violencia hacia las mujeres en Costa Rica, al igual que en todo el mundo, es la forma más clara en que se expresa la desigualdad en la sociedad. Es una grave violación de los derechos humanos, que exige la revisión de los supuestos sobre los que descansa la estructura social y la puesta en marcha de acciones políticas, sociales y personales a diversos niveles.
El país ha avanzado en la ratificación de instrumentos internacionales, como la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Belem do Pará); la promulgación de legislación contra la violencia, como la Ley contra la violencia doméstica o el hostigamiento sexual ; la creación del Instituto Nacional de las Mujeres, como mecanismo nacional para la equidad entre mujeres y hombres, y la creación de instancias públicas para atender las necesidades de las mujeres agredidas, como la Delegación de la Mujer y la línea de emergencia 911-INAMU. Sin embargo, los patrones socioculturales que legitiman y perpetúan la violencia hacia las mujeres no se han modificado sustancialmente.
Patrones nocivos
Podemos encontrar en la vida cotidiana ejemplos de que estos patrones socioculturales no han cambiado y siguen siendo profundamente violentos en contra de las mujeres. El hecho de que una niña sea espiada en el baño de la escuela por un grupo de compañeros sigue considerándose una "travesura" o un “acto de indisciplina”, y no una violación a la intimidad de la niña. El hecho de que un adulto tenga relaciones sexuales con una adolescente sigue siendo algo posible, y no un delito. El hecho de que un exesposo, excompañero o exnovio persiga o mate a su exesposa, excompañera o exnovia sigue siendo un “crimen pasional” y no un homicidio motivado por la necesidad de poder y control sobre ella.
Aunque algunas formas de violencia hacia las mujeres son claramente censuradas, por ejemplo, el incesto o la violación; otras son toleradas abiertamente, como la violencia física, sexual, emocional o patrimonial por parte del esposo o compañero, y el hostigamiento sexual en el lugar de trabajo o estudio. Incluso otras formas de violencia hacia las mujeres son defendidas como principios básicos, morales o religiosos en nuestra cultura, como, por ejemplo, el control de la sexualidad y la prohibición para decidir sobre nuestros cuerpos.
Práctica legitimada
Aunque parezcan hechos aislados que le suceden a otras personas y asociados con decadencia de la estructura social vigente, lo cierto es que la violencia hacia las mujeres es una práctica consciente, orientada, elaborada, aprendida y legitimada de quienes se sienten con más poder y más derechos de intimidarnos y controlarnos.
En la aplicación de la normativa legal y en las prácticas sociales e individuales cotidianas, el umbral de tolerancia hacia la violencia sigue siendo alto, y se niegan, minimizan o justifican muchas de sus manifestaciones.
Cambios por hacer
Lograr una sociedad libre de violencia hacia las mujeres exige múltiples cambios políticos, sociales y personales. Cambios políticos que proporcionen el sustrato normativo para la erradicación de la violencia hacia las mujeres, cambios sociales que permitan la construcción de una cotidianidad libre de violencia, y cambios personales que hagan posible que cada mujer se vea a sí misma como lo que es: un ser con derechos y potencialidades. Aunque indudablemente hemos avanzado de manera importante, mientras exista una sola mujer violentada, la tarea no está completa.
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