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El Pipa: esencia flamenca

Ante un público emocionado y perplejo, esta embajada jerezana encabezada por el gran bailaor Antonio El Pipa, el escenario del Teatro Nacional volvió a vibrar al compás de la esencia flamenca: armonía, furia, elegancia, gracia, ternura y memoria del flamenco. Primerísima figura: Antonio El Pipa, bailaora: María José Franco, al cante: Manuel Tañé, David Carpio y Tía Juana la de El Pipa (hermana de la madre de Antonio), guitarras: Pascual de Lorca y Pepe del Morao (otra casta de guitarras jerezanas) y palmas: Joaquín Flores.
Un golpe de fuerza que inicia con la vieja fotografía, memoria de una familia jerezana, para desgajarse luego en baile auténtico de la cuna de la bulería. Martinete y jaleos, Seguiriya, Cantiñas, Tientos-Tangos, Soleá por Bulerías, Soleá y Bulerías. Un cierre que repite la dignidad de la raza gitana: otra fotografía simbolizando lo estático y a la vez perenne de esta verdad: la instalación del flamenco como un símbolo del pueblo dolorido que canta y baila el torrente de sus lágrimas.
Generosidad ilimitada. El baile elegante, estilizado y a la vez simplísimo en su pureza, de monumental fuerza y requiebro, lleno de "pellizcos" que conforman la gracia jerezana, profundamente vivencial y repiquetero, eso admiramos y aplaudimos con rigor en la actuación del bailaor, quien se entrega sin reservas con una generosidad sin límites.
La gracia y limpieza del baile de María José Franco, brazos y peineta alada, sus pies a compás de gacela y el diestro manejo de la bata de cola. Aquellas bulerías desoladas rompiendo el aire y la falda enajenada sobre la arena. Torea su danza y la convierte en vuelo supremo. Especial mención la unión de dos generaciones en la soberbia Soleá: una vieja y un joven, en un género artístico que no conoce la diferencia de edades, ni los tiempos, ni los tonos, una unión de la voz portentosa de tía Juana con su sobrino El Pipa en un abrazo conmovedor y eterno.
Valor humano. El acompañamiento musical, todos solistas y a la vez mágicamente integrados, nos viene a recordar una vez más que el flamenco es un ritual y una reunión de individuos, más solos que nunca, y a la vez presentes: el cante, la guitarra, el baile, el duende.No en vano decía don Luis Rosales que "El cante jondo es un diálogo con la maternidad, un retorno al origen. Y, como la madre es perecedera, es una consecuencia de la pobreza, o mejor dicho, un don de la pobreza". De aquí la importancia de la presencia de la mujer en el cante, y en este caso, del tronco de familia femenino que representa la magna cantaora.
Organizado por Producciones Arte y Parte, confiamos en que el exitoso resultado de este espectáculo nos recuerde a los costarricenses que el flamenco está vivo, que tenemos derecho a recibirlo y que tenemos la obligación de conocer sus raíces para amarlo y respetarlo en el mejor de los estados: su intrínseco valor humano.

  • POR Damaris Fernández Pinto
  • Opinión
France
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