Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
"Para mis amigos: todo. Para mis enemigos: la ley". Lo dijo a mediados del siglo pasado Getulio Vargas, caudillo y presidente brasileño. Sin embargo, a decir verdad, lo pensaron todos. Digamos que a Vargas se le fue la mano en sinceridad, o en cinismo, pero lo cierto es que retrató su manejo del poder.
La traducción costarricense del dicho es la siguiente: si la ley da una ventaja excesiva a mí y a mis amigos, hablo de derecho si soy sindicalista, o de incentivo si soy empresario. Recurro a una causa superior para justificarlo, digamos que las condiciones de vida de los trabajadores o la generación de empleo. Si la ley favorece a los otros, denuncio la gollería y me cubro con la bandera de Costa Rica. El punto de fondo no es rechazar los privilegios per se, sino atacar los privilegios ajenos.
La política costarricense tiene cada vez más de lucha distributiva. Alguien gana, otro pierde y todo suma cero. Suena el que pillan débil o malparado, y los demás, muy campantes. Cuando oigo mucha denuncia de privilegios, pero solo los de un lado, me incomoda. Olfateo gato encerrado. Es que la equidad es bonita para arreársela a los demás. Porque, si emprendiésemos una cruzada a fondo contra los privilegios, majaríamos los callos de muchos y muy diversos grupos. Me apunto a favor de una acción pública que desarme privilegios de unos y otros. Au revoir las cláusulas excesivas de las convenciones colectivas, la protección a los arroceros, las barreras de entrada al sistema financiero, las exenciones fiscales, los timbres a colegios profesionales. La lista, evidentemente, no es exhaustiva, agreguen ustedes, pero basta para granjear antipatías.
Ahora bien, es necesario separar la cáscara del grano. No todo incentivo o derecho es privilegio. Ampliar las libertades, corregir desigualdades o aumentar la productividad son buenas razones para proteger a ciertos grupos. En las democracias avanzadas la red de protección es robusta. Lo que pasa es que esta protección debe ser cuidadosa y equitativamente administrada, "con el cuidado de un buen padre de familia" según reza la fórmula romana. ¿Por qué? Una vez otorgado un incentivo o un derecho, es más fácil sacarle caldo a un riel que quitarlo. Además, la distribución de protecciones expresa transacciones sociales que, en el fondo, son relaciones de poder. Por esto es necesario estipular los términos, condiciones y alcances de lo que se entrega. Los cheques en blanco permiten al grupo beneficiado montarse sobre los demás.
Aquí ha predominado el tiro del vivazo: me sirvo y paguen los demás. La vergüenza no es abuchonarse, sino dejarse pillar. Don Getulio tenía razón: ¡Viva Vargas!
Este documento no posee notas.