Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Al cumplirse este año el centenario del nacimiento de José Figueres Ferrer -el querido don Pepe- seguramente se publicarán artículos de prensa, recuerdos, anécdotas y análisis históricos, de lo que fue su vida proteica y luminosa. Coincidirán estos recuerdos con el hecho de celebrarse en junio el decimosexto aniversario de su desaparición física.
Hace apenas unos meses, el Colegio de Periodistas de Costa Rica, por medio de su Editorial Castro Madriz publicó mi libro: Don Pepe, memorias inolvidables. Así que no pretendo al escribir este comentario, analizar aspectos fundamentales de su vida pública. Creo que los estudiosos de la Historia, sociólogos y los inapelables politólogos, debieran espigar en dos de sus libros que estimo fundamentales: Cartas a un ciudadano y La pobreza de las naciones. Ahí están plasmados sus sueños e ideales por Costa Rica.
Para recordarlo en esta ocasión, se me ocurrió dar a la publicidad una página de mis "notas sobre don Pepe", especie de bitácora muy personal. Es, sin afeites ni maquillajes, lo que escribí en parte en su casa de Ochomogo, que él bautizó "Entebbe" el 4 de octubre de 1986, por cierto en el día en que en el santoral católico se recuerda al humildísimo san Francisco de Asís.
"Octubre 4/86 Ochomogo". Desde las 10:15 a. m. estoy aquí. Don Pepe no ha bajado aún de su cuarto en la planta alta. Espero. A las 10:35 baja y comenzamos a trabajar en la revisión del capítulo II de su libro sobre el 48. Es el final del capítulo; luego comenzamos con el tercero.
La mañana avanza. Nos llama doña Olga, pintoresca "ama de llaves". El almuerzo está listo. No interrumpo a don Pepe con la habitual conversación, "para que no se atragante" (son sus palabras). Cuando trata de hablar, en tanto come o bebe, una tos impertinente lo sacude. Es por su dolencia en el cuello, "averiado" según él, por un accidente automovilístico "que me torció una vértebra".
Luego del almuerzo, muy frugal, me dice: "Haga su siestecita, don Orlando. Venga, yo lo acomodo".
Le digo que prefiero leer un rato, pero luego "me acomodo" en el amplio sofá de la sala. A las 2:30 p. m. baja. Tomamos café y comenzamos la parte final del capítulo III.
Siempre haciendo camino. Don Pepe está animado y jocoso. Me dicta. Hace observaciones. Consulta alguna fecha. Terminamos y me invita a caminar por los alrededores "para desentumecernos". Caminamos. Me explica sobre siembras, almacigales y guineales. Lo que puede hacerse en el agro costarricense. "Soltar amarras del café". Diversificar. Exportar. Aprovechar el terreno quebrado y la mucha agua para embalses: riego e hidroelectrificación y, además, lugares de turismo.
Bajamos hasta la entrada de la finca; comienza a llover. De la casa del guarda viene una sombrilla. Se apoya en mi brazo derecho; yo voy por su izquierda. Sostengo la sombrilla, él lleva el recio bordón.y caminamos. Avanza, jadeando un poco, pero feliz en medio del campo y de la lluvia. Ya en la casa, otro café. Hasta luego.
-"Recuerde, don Orlando, que en la nochecita iremos a la Universidad para la reunión en el Centro de Recreación, sobre la paz.".
Las ideas de un hombre dan fe de su vida. Las ideas de don Pepe están vivas. Don Pepe no ha muerto: vive entre nosotros.
Este documento no posee notas.