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Hizo bien elpresidente Arias en rechazar, en su visita a la ONU, la pretensión europea de forzar una representación única del istmo en las negociaciones de libre comercio, pese a que nuestras realidades son muy diferentes y hasta contradictorias. Ya don Hernán G. Peralta, insigne historiador, había señalado cómo, mientras los liberales centroamericanos eran unionistas, los liberales ticos eran separatistas; y mientras los conservadores centroamericanos eran separatistas, los cos- tarricenses eran unionistas.
Algunos burócratas internacionales nos recetan uniones inútiles e inviables y pretenden darnos lecciones de democracia. Olvidan que, cuando sus democracias estaban en huevo –bajo la lápida del colonialismo, el fascismo, el nazismo y, en el caso de EE. UU., de la esclavitud–, la nuestra volaba hacía rato.
Tenemos pleno derecho a rechazar las sugerencias que, de hecho, resultan más que eso y nos forzarían, por presión económica y comercial, a adoptar modelos ajenos y hasta peligrosos para nuestra democracia. La eventual imposición de modelos contrarios a los deseos de nuestro pueblo y hasta los intereses de los centroamericanos, sería el triunfo de una especie de neocolonialismo vergonzante y la derrota del espíritu europeo verdade- ramente democrático, que es el que preside sin duda alguna a la Unión Europea.
Entre montañas, orgullosos de lo nuestro, sencillos, sin afanes expansivos, los ticos construimos árduamente una democracia funcional. No ha sido fácil y hay aún muchos déficits, falencias y debilida- des que reconocemos hasta la autoflagelación. Si bien hay algunos para los que este es el mejor de los mundos, sin nada que cambiar, para otros, también convencidos de que esta nacionalidad y democracia no se pueden disolver en un ente informe, contradictorio y en busca de destino llamado Centroamérica, lo logrado hasta hoy es un punto de partida que debe profundizarse, con mejores relaciones y vínculos con toda la región y con un proceso constante de democratización.
La Unión Europea se estructuró a su manera y con su propio ritmo. Ahora debe respetar y facilitarnos que lo hagamos a nuestro modo. No debe caer en el error de ver a Costa Rica como un obstáculo persistente a la unión regional, por su negativa a ser parte de entes vacuos, disfuncionales, costosos y hasta refugio de corruptos, como el Parlacén. Por el contrario, debe verla como una valiosa realidad histórica que, además del eje más firme de desarrollo democrático regional, debe ser respetada, protegida y apoyada, no más sea porque hoy las amenazas económicas, militares y políticas sobre la democracia tienden a incrementarse en toda la región.
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