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Parece que los ecuatorianos van a elegir a Rafael Correa como su próximo presidente. Es joven, carismático, economista graduado en una buena universidad norteamericana, bien parecido, inteligente, y se comunica muy bien con las masas. Hace años lo conocí fugazmente en la Universidad San Francisco de Quito, adonde había ido a dictar unas charlas. Creo que me dio una grata impresión en el terreno humano. Ahora, si los sondeos no se equivocan, está a punto de ocupar el Palacio de Carondelet, la vieja mansión presidencial quiteña.
Lo probable es que, pese a sus notables rasgos personales, el profesor Correa fracasará estrepitosamente y arrastrará al país en la caída. Tiene, como muchos de sus compatriotas, las intenciones correctas, pero se equivoca irremediablemente en la terapia. Es verdad que en Ecuador una buena parte de la población es miserable, y no yerra cuando afirma que las instituciones están podridas, la corrupción es rampante y una buena parte de la clase dirigente ha hecho o mantiene su riqueza por sus vínculos cortesanos con el poder.
Órbita enloquecida. Todo eso es cierto, pero estos viejos y endémicos males no se solucionan rechazando los tratados de libre comercio con Estados Unidos, exacerbando los conflictos étnicos, riñendo con el Banco Mundial y el FMI, colocando a Ecuador en la órbita enloquecida de Hugo Chávez y proclamando tonterías como la búsqueda de la "soberanía alimentaria". Por ese camino, el señor Correa creará otros graves problemas y solo conseguirá empobrecer aún más a sus compatriotas, estimular la emigración en masa de los trabajadores más audaces y laboriosos, ahuyentar los capitales, aumentar el desempleo, frenar las inversiones nacionales y extranjeras, reducir sustancialmente la recaudación fiscal y crispar la vida pública hasta el punto de provocar graves brotes de violencia.
En realidad, en Ecuador no es sorprendente que un político con semejante programa disparatado llegue al poder. No es una casualidad que sea el país de Latinoamérica donde la dictadura cubana cuenta con más simpatizantes. Las encuestas periódicas de Latino - barómetro invariablemente muestran a una sociedad en la que hay un altísimo porcentaje de personas partidarias de un Estado paternalista, antimercado y antiamericano. El anterior presidente electo, Lucio Gutiérrez, ganó las elecciones a principios de 2003 elegido por una mayoría de votantes que esperaba que pusiera en marcha un gobierno neopopulista, algo que, sin embargo, se resistió a hacer, acaso porque estaba bien asesorado, o tal vez por cierta prudencia natural. Sin embargo, 27 meses más tarde, por razones fundadas en las rivalidades políticas, fue depuesto por el parlamento, y es hoy Alfredo Palacio, su vicepresidente, acosado por la impopularidad, quien terminará el mandato y entregará la banda presidencial a Correa para que lleve a cabo la tarea que Gutiérrez esquivó.
Emisiones sin base. No obstante, lo predecible es que Correa también fracase y el obstáculo más importante lo encontrará en el dólar. Llegará al poder con una economía dolarizada, camisa de fuerza que el Estado tuvo que colocarse en el 2000 a regañadientes, porque era incapaz de sujetar la hiperinflación y la consecuente devaluación galopante del sucre. Y, como Correa sabe que una economía dolarizada es incompatible con el modelo populista y asistencialista que sueña con implantar, seguramente intentará quitársela reintroduciendo un nuevo signo monetario nacional que le permita hacer frente a un aumento brutal del gasto público mediante el sencillo expediente de contar con una incansable máquina dedicada a imprimir dinero cada vez que las arcas del tesoro estén medio vacías.
Pero esa reforma inflacionista, absolutamente indispensable si se propone echar las bases de un gobierno neopopulista de corte chavista, provocará un desbarajuste económico incontrolable que lo enfrentará a casi todo el gremio empresarial, a los acreedores y a los otros partidos políticos, y se desatará una crisis institucional aún más grave que las que provocaron la destitución de los tres anteriores presidentes. En efecto, Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez, fueron violentamente sustituidos por sus vicepresidentes, o por alguien designado por el Congreso, aunque es difícil que en esta oportunidad el vicepresidente seleccionado por Correa sea el que ocupe su lugar. Se llama Lenin Moreno y su nombre no es precisamente un augurio tranquilizador para quienes querrán controlar los desórdenes que se avecinan. Ecuador, pues, marcha a paso rápido hacia el despeñadero. Esa imperfecta república y la frágil democracia que le da forma y sentido penden de un hilo. La convulsa historia del país sugiere que algún militar en su momento lo cortará de un tajo. Eso, si ocurre, será muy triste. Será volver a empezar un ciclo trágico.
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