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BRUSELAS– Mientras las protestas por la represión de China en el Tíbet y los debates sobre la declaración unilateral de independencia de Kósovo siguen aumentando, la injusticia del sostenido aislamiento internacional de Taiwán ha despertado muy poco interés, a pesar de las recientes elecciones presidenciales que se celebraron ahí y del referéndum sobre su membresía en las Naciones Unidas. Este abandono no solo es miope, sino que puede resultar peligroso.
Sentimiento de culpa. Este doble rasero se puede explicar en parte por un sentimiento de culpa: en buena medida, el Occidente ha aceptado la independencia de Kósovo para aliviar sus remordimientos por no haber impedido la campaña de limpieza étnica que llevó a cabo Slobodan Milosevic ahí. Igualmente, gran parte del mundo protesta en nombre del Tíbet porque incontables millones de personas han sido testigos de la brutal supresión de la cultura tibetana por parte de China.
Taiwán, por otra parte, no atrae nuestra atención porque es estable y tiene éxito económicamente. No ha estado bajo la autoridad del gobierno central chino en más de cien años –en efecto, desde que fue conquistado por Japón a fines del siglo XIX– y nunca ha sido parte de la República Popular China. Taiwán es, de facto, un Estado independiente no reconocido, con una democracia fuerte y niveles altos de derechos humanos. Puesto que Taiwán no ha permitido que se le convierta en una víctima, el mundo simplemente no siente culpa y, por lo tanto, lo ignora.
Reconocimiento. Pero tal vez deberíamos sentir algo de culpa. Taiwán merece mucho reconocimiento por haber logrado progresar por sí solo, a pesar del aislamiento internacional que se le ha impuesto. China bloquea su participación plena en la arena internacional, ya sea en la Organización Mundial del Comercio, las Olimpiadas o los organismos especializados de Naciones Unidas, incluyendo la Organización Mundial de la Salud. Para su vergüenza, China permite que su objetivo político de excluir a Taiwán de todas las organizaciones internacionales prevalezca, incluso, por encima de preocupaciones urgentes de salud pública.
El pequeño número de países que reconocen a Taiwán diplomáticamente se reduce constantemente debido a una mezcla de presiones y lisonjas por parte de China. Encima de todo esto, los 22 millones de taiwaneses llevan a cabo sus actividades diarias sabiendo que miles de misiles chinos están listos para ser lanzados contra ellos en cualquier momento.
No me toca a mí decir que se debe reconocer a Taiwán como un país independiente. Para todo efecto práctico, Taiwán ya lo es, aunque sin reconocimiento formal. Igualmente, hay muchos taiwaneses a los que les agradaría que su isla se reunificara con China, particularmente si esta se democratiza y deja de ser una dictadura comunista de un solo partido. Sin embrago, no podemos negar que al pueblo de Taiwán se le priva injustamente de su lugar en el mundo.
Incluir a Taiwán. La comunidad internacional debe hacer más para incluir a Taiwán. Las potencias occidentales siempre han sido defensoras de los derechos humanos y la autodeterminación dentro de los límites del derecho internacional. Las campañas que llevó a cabo Occidente durante los años ochentas, en solidaridad con las fuerzas democráticas de la Europa oriental controlada por la Unión Soviética, contribuyeron a acabar con el dominio comunista. Un compromiso similar con los derechos democráticos de los taiwaneses podría tener efectos benéficos en China. Además, Taiwán es un aliado natural de cualquiera que defienda los valores de la política plural, el libre mercado y los derechos humanos.
Parece miope, en efecto hipócrita, que Estados Unidos e Inglaterra busquen propagar la democracia y los derechos humanos en el mundo mientras no reconocen ni premian a los taiwaneses, un pueblo que ha adoptado con plena convicción estos conceptos. El mensaje que envía el reconocimiento sin cuestionamientos de "Una China" es que se respeta más a una dictadura comunista grande que a una pequeña democracia con múltiples partidos. Hay antecedentes claros de países que se adhirieron a la ONU como Estados separados y que posteriormente se reunificaron: Alemania Oriental y Occidental, Yemen del Norte y del Sur y, tal vez algún día, las dos Coreas.
A fin de cuentas, es asunto de Taiwán y de China regular y resolver sus relaciones. Ya hay algunas señales positivas de una distensión bilateral, ahora que la nueva administración se prepara para tomar posesión en Taiwán, con la celebración de pláticas de alto nivel entre el presidente de China, Hu Jin Tao, y el vicepresidente electo de Taiwán, Vincent Siew. El mundo democrático tiene la obligación de respaldar este proceso no solo porque Taiwán merece su apoyo, sino también porque cooperar más con Taiwán podría ser un poderoso instrumento de presión para un mayor cambio en China.
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