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Espacios para consumir

Página Quince

Cuando Constantino Láscaris hablaba sobre los costarricenses, remarcaba las diferencias entre los guanacastecos y los habitantes del Valle Central. Opinaba que los pobladores de la pampa eran seres alegres, amistosos y abiertos, mientras que los "enmontañados" eran retraídos y distantes. Estas diferentes maneras de ser son, sin duda, producto de los espacios en que habitan. Es fácil entender que las llanuras dan una amplia sensación de libertad, mientras que la falta de horizonte se percibe como un perturbador encierro.
Los espacios que habitamos, sean estos cerros, planicies, casas o ciudades, moldean los comportamientos y forjan nuestra personalidad. La buena arquitectura, en estos casos, es un aliciente que ayuda a la felicidad de la persona y contagia sus buenas vibraciones.
Diseñar lugares amenos es un estímulo que los arquitectos han explotado desde hace tiempo, con el fin de atraer a los usuarios, deseosos de disfrutar espacios placenteros, para todo tipo de actividades.
Con esa idea en mente, las primeras tiendas josefinas se esforzaron por presentar su mercadería de la manera más atractiva. Luego, surgióla idea de agrupar diversos comercios, con el fin de que los compradores tuvieran la comodidad de estacionar su automóvil en un lugar central mientras se desplazaban de un negocio a otro, como fue el centro comercial de Guadalupe.
El primer espacio comercial techado fue el de Plaza del Sol, siguiendo los lineamientos arquitectónicos de nuestro referente comercial, que es Miami. Carros afuera, consumidores adentro. Después estalló el boom de los mall , al este y oeste de la ciudad, con la perversa intención de atraer al comprador con elegantes arquitecturas.
Una vez más, el espacio funciona como el provocador de nuestros comportamientos. Altos techos abovedados, pisos relucientes, amplias vidrieras, luz artificial de día, para esconder el paso del tiempo, y demás trucos sensoriales, con el fin de crear un estado emocional ilusorio.
Estos patrones de diseño se han venido repitiendo en los últimos tiempos en nuestro país y se contagian ahora a cabeceras de provincia y ciudades intermedias.
Espacio e identidad. Si, como opinaba Láscaris, el espacio donde vivimos forja nuestra idiosincrasia, estas nuevas propuestas espaciales pueden producirnos severos cambios de identidad. Nuestra rutinaria vida diaria se ve ahora perturbada por la oferta de una nueva manera de distraernos en la forma de arquitectura para el consumo, que se basa en espacios donde nos sentimos bien, acompañados por gente linda, sin apuro y de buen humor.
Por una desgraciada coincidencia, la inauguración de nuevos espacios para el consumo coincide con una profunda crisis que afecta la economía de los compradores. Sin embargo, el espectáculo debe continuar, aunque el sentido común diga que el consumo debe reducirse, con lo cual un grupo numeroso de personas queda excluido del show .
Si consumismo significa satisfacer las necesidades, un acto de inteligencia, en estos tiempos, es consumir lo estrictamente necesario, aunque esto nos haga sentir infelices.
El comprador compulsivo resuelve sus problemas de ansiedad y depresión consumiendo más de lo que necesita, lo que lo coloca en la condición de affluenza , palabra inglesa que denomina el sentimiento o creencia de que las cosas adquiridas darán felicidad y satisfacción.
La affluenza es considerada una epidemia en países del primer mundo y una de sus causas es la manipulación de la publicidad sobre las frágiles mentes. El consumidor será convencido de que un producto caro y de marca es mejor que uno similar, más barato; y así es como la botella de un conocido whisky tiene el valor, no del precio real, sino el del que el mercado le acepta.
Los actuales espacios para el consumo desconcertarían a aquellos nostálgicos antepasados nuestros, que nunca podrían llegar a entender que esa es la nueva identidad costarricense. Caminando por el mall se sorprenderían al ver que en las peluquerías para niños han desaparecido los caballitos de madera con que se distraían los pequeños clientes. Ahora, los niños, en vez de sentir la ilusión de cabalgar llanuras o montañas, se sientan en sillones ejecutivos, frente a la pantalla de su televisor personal. Como si fuera el primer mundo.

  • POR Jorge Grané
  • Opinión
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