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El mundo nos espera

Muchos Estados parecen haber perdido sus cartas de navega-ción, la bitácora e incluso la voluntad de fijarse un rumbo.

El año 2000, foco de temores y esperanza, cuando el futuro se presenta de forma cada vez más incierta, ha llegado ya.
¿Sobrevivirá la humanidad al siglo XXI? No podemos predecir el futuro, pero sí prepararlo. ¿Estamos preparados para el siglo XXI? Podemos, al menos, ponerlo en duda.
¿Estamos realmente amenazados por una bomba demográfica?
¿Habrá alimentos suficientes para todos? ¿Estaremos en capacidad de erradicar la pobreza?
¿Nos dirigimos hacia un apartheid urbano y social general que relegaría a la democracia al "Museo de la Historia"? ¿Encontrarán las mujeres su lugar?
El nuevo siglo nos enfrenta a más interrogantes. ¿Cómo luchar contra el calentamiento del planeta y la desertificación? ¿Nos pelearemos por el agua? ¿Seremos capaces de dominar las formas renovables de energía, como la energía solar? ¿Contribuirán las nuevas tecnologías a ensanchar el abismo entre ricos y pobres, o más bien a fomentar la enseñanza a distancia? ¿Se extinguirá el 50 por ciento, o incluso el 90 por ciento, de las lenguas de aquí al 2100? ¿Se producirá un milagro en África? ¿Cómo pasar de una cultura de violencia a una cultura de paz? ¿Tendrá el siglo XXI un perfil humano o el rictus fingido del "mejor de los mundos"?
Tenemos que plantearnos cuatro desafíos importantes. El primero es la paz. Aunque la Guerra Fría terminó, en la actualidad vivimos una "paz caliente". Desde la caída del Muro de Berlín, más de 30 guerras, en su mayoría intraestatales, continúan devastando amplias regiones del planeta.
La ilusión de una paz perpetua y del final de la historia ha desaparecido. Segundo desafío: la pobreza. ¿Será el próximo siglo testigo de una miseria sin parangón frente a una riqueza sin precedente? A sus puertas, más de la mitad de la humanidad vive en la pobreza, con menos de dos dólares al día. Comparando la renta del 20 por ciento más rico de la población a la del 20 por ciento más pobre, la proporción ha pasado de 30 a 1 en 1960, a 82 a 1 en 1995. Así se va consolidando la sociedad de "la quinta parte".
El tercer reto se refiere al desarrollo sostenible. Harían falta tres planetas Tierra para albergar a toda la población, si todos siguiéramos el ritmo de consumo actual de Norteamérica. Nuestro modelo de desarrollo amenaza con poner en peligro el desarrollo de las generaciones venideras.
Capitanes anónimos
¿Quién nos enseñará a "dominar nuestro dominio"? El cuarto desafío es el síndrome del "barco al garete". Como consecuencia del proceso de globalización, los problemas atraviesan las fronteras, por lo que requieren soluciones a escala mundial. ¿Tenemos un destino a largo plazo? Cabe ponerlo en duda. Muchos Estados parecen haber perdido sus cartas de navegación, la bitácora e incluso la voluntad de fijarse un rumbo. ¿Habrá caído la historia en manos de "capitanes anónimos"?
Como afirmaba Einstein, "en momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento". Si buscamos humanizar la mundialización y darle sentido, no podemos hacer caso omiso de la hipótesis destinada a redefinir la sociedad planetaria.
Cuatro contratos deberían constituir los pilares de la nueva democracia internacional. Primero, hemos de sellar un nuevo contrato social, según el compromiso de los gobiernos en la Cumbre para el Desarrollo Social de Copenhague. La prioridad sería reconstruir una sociedad volcada en la cooperación, a fin de erradicar la pobreza. Debemos regular la tercera revolución industrial y redistribuir los dividendos de la mundialización.
Segundo contrato: el natural, fundado en la alianza de la ciencia, el desarrollo y la preservación del medio ambiente. Hemos de trascender el contrato social, negociado entre contemporáneos, y suscribir un contrato de desarrollo sostenible respetuoso de la Tierra y destinado a liberar a la ciencia de su delirio prometeico de dominar la naturaleza.
Apartheid escolar
El tercer contrato es el cultural. La educación para todos a lo largo de toda la vida da de ser la prioridad para los gobiernos y la sociedad: cada ciudadano, emulando a Sócrates, no debe dejar de aprender, ni de aprender a aprender. No se trata de un solución milagrosa. Habrá que desmantelar el apartheid escolar y universitario en expansión, para reconstruir la educación, en tanto que proyecto ciudadano. Un factor determinante para su consecución es la revolución de las nuevas tecnologías, que aun siendo un desafío, es también una herramienta fundamental. Hemos de pasar de la sociedad de la información a la del conocimiento, incluso donde el teléfono sea todavía un lujo. ¿La educación a distancia transformará las instituciones educativas en mundos virtuales de aquí al año 2020? ¿Será capaz de instaurar una educación sin distancias, que incluya a los excluidos y alcance a los "parias" del saber? ¿Sabremos promover el pluralismo y la convivencia, en lugar del conformismo?
El último contrato es el ético. Hemos de plantearnos, primero, cómo promover el auge de una cultura de paz y un desarrollo inteligente que, en lugar de oprimir al ser humano, sea sinónimo de expansión, basado en el saber y la articulación del conocimiento y la competencia. En segundo lugar, debemos consolidar la democracia tanto en el tiempo, forjando una concepción anticipadora y prospectiva de la ciudadanía, como en el espacio, reinventando una democracia que, a semejanza del mercado, no se limite a un territorio; una democracia sin fronteras ni espaciales, ni temporales. No podremos concluir este contrato ético mientras no compartamos; la globalización sólo será un éxito si beneficia a todos.
Para lograrlo, de acuerdo con los designios del G8, los dividendos de la paz deberán emplearse para condonar, a partir del año 2000, la deuda de los Estados más endeudados, ofreciéndoles así la posibilidad de comenzar sobre nuevas bases.
La ética del futuro
Por último, citemos el vasto ámbito de la ética del futuro. ¿Cómo rehabilitar el largo plazo y liberarnos de la hegemonía delcorto plazo? ¿Cómo reforzar la capacidad de anticipación y prospectiva? Un dirigente político no debe limitarse a tener las manos limpias; también ha de tener limpios los ojos. ¿Cómo introducir la ética del futuro, que es la ética del presente para el porvenir, en la educación de nuestros hijos y de sus futuros gobernantes?
Existen medios y soluciones para afrontar los retos del siglo XXI, pero es necesario estimular la voluntad política. ¿Saldrá la cuenta demasiado cara? Recordemos que los gastos de defensa representan entre 700 mil y 800 mil millones de dólares anuales y que podríamos obtener ingresos considerables reduciendo gastos inútiles, mejorando la productividad de los servicios públicos, suprimiendo las inversiones ineficaces y luchando contra la corrupción. Recordemos que las Naciones
Unidas cifran en 40 mil millones de dólares anuales el costo de la consecución y el mantenimiento del acceso universal a la educación básica, a una alimentación adecuada, al agua potable, a infraestructuras sanitarias básicas, así como a la atención obstétrica y ginecológica para las mujeres. Esta cantidad representa menos del 4 por ciento de la riqueza de las 225 mayores fortunas del mundo.
Por un lado, 40 mil millones de dólares que no se invierten; por otro, entre 700 mil y 800 mil millones para la defensa. ¿Existen acaso dos rasgos, dos medidas? ¿Resulta demasiado caro el precio de la paz, el desarrollo, la democracia?
"No esperemos nada del siglo XXI -dice Gabriel García Márquez-, es el siglo XXI el que lo espera todo de nosotros".
(*) Director General (hasta finales de 1999) y Director de la oficina de Análisis y Previsiones de la Unesco, respectivamente.

  • POR Federico MayorJérôme Bindé (*)
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