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En vela

No hacen falta los adivinos... Los adivinos, como ciertos curanderos, son una legión de charlatanes que explotan la ignorancia de la gente con la complicidad de algunos medios de comunicación. Los mejores profetas del futuro y los más eficaces milagreros son los hechos, si, con seriedad, penetramos en ellos. Creo en los milagros auténticos, que son escasos y de origen divino, no en los traficantes de las creencias religiosas, una de las plagas más nefastas en los años que corren: una magna organización de estafadores nacionales e internacionales.
Los hechos constituyen nuestro mejor instrumental intelectual para avizorar nuestro futuro. Hagamos un ejercicio. ¿Cuál de los hechos, materia prima de nuestras informaciones en el año 2000, nos dan una pista escabrosamente segura sobre el futuro? Entre su multitud, escogemos uno: la situación actual, en nuestro país, de un grueso sector de los niños y de los adolescentes. Las cifras son escalofriantes en el orden de la violencia doméstica, la deserción de la enseñanza secundaria –que ha comenzado a disminuir–, de la desintegración familiar, del número de hijos –cerca del 50 por ciento– nacidos fuera de matrimonio, del número de madres menores de edad, de la pobreza concomitante de este grupo social, del aumento de los suicidios y de las conductas delictivas, de la precocidad en el consumo de licor, de la penetración de la droga o de su exposición constante a un tipo de televisión plagada de antivalores...
Este cuadro social, cuyos protagonistas son niños y adolescentes, describe el presente de nuestro país y en él está inscrito, sin duda alguna, nuestro futuro. No hace falta echar mano de adivinos y ni siquiera de las mentes más esclarecidas para extraer de este manojo de datos algunas consecuencias extrapolables o aplicables a los años venideros. Bastan un poco de inteligencia y una buena dosis de sensibilidad humana para saber, a ciencia cierta, cuál será el rumbo de Costa Rica si, de inmediato, no reaccionamos, a sabiendas de que, aun actuando ya, el mal ya está hecho.
De poco sirven, pues, los convenios internacionales en defensa de los derechos de los niños y de los adolescentes por cuanto, la verdad sea dicha, contra ellos conspira nuestro ambiente social. Hemos construido un estilo de vida y de cultura, desde el hogar hasta la cúspide del poder político y económico, en el que todo está aderezado para atacar los valores fundamentales –los derechos– de los niños y de los adolescentes. Les ofrecemos un ambiente, un entorno social, cuyo dominio requeriría condiciones heroicas para las que ellos no están, obviamente, preparados.
No es necesario andar en busca de adivinos para el 2001. Nuestro futuro ya está escrito en la realidad actual. Basta leerla y proyectarla.

  • POR Julio Rodríguez / envela@nacion.com
  • Opinión
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