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A pesar de que Jesús pareciera estar en un segundo plano en las celebraciones navideñas en Estados Unidos, fue precisamente en uno de los espectáculos navideños más famosos de la ciudad de Nueva York donde me topé con unas de las palabras más conmovedoras e inspiradoras sobre nuestro Señor Jesús: "Nació en un oscuro pueblecito, hijo de una campesina".
Creció en otro oscuro pueblecito, donde trabajó en un taller de carpintería hasta los 30 años. Entonces, durante tres años fue un predicador itinerante. No tuvo familia ni casa propia. Nunca puso un pie en una ciudad grande. Nunca viajó a más de 300 kilómetros del lugar en que nació. Nunca escribió un libro ni tuvo una oficina. No hizo ninguna de las cosas que usualmente conlleva la grandeza.
Cuando aún era un hombre joven, la marea de la opinión popular se volvió en su contra. Sus amigos lo abandonaron. Fue entregado a sus enemigos y pasó por la burla de un juicio. Fue clavado en una cruz entre dos ladrones. Mientras moría, sus verdugos se jugaron su única posesión: sus ropas. Cuando murió, fue bajado y enterrado en un sepulcro prestado.
Diecinueve (20 ahora) siglos se han sucedido y hoy Él es la figura central de gran parte de la humanidad. Todos los ejércitos que han marchado y todas las flotas armadas que han navegado y todos los parlamentos que se han elegido y todos los reyes que han reinado, juntos, no han afectado la vida del hombre en esta tierra tan poderosamente como esta "vida solitaria".
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