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Feliz euro nuevo

Una nueva moneda y una nueva actitud en Europa

La Unión Europea está estrenando hoy el euro como moneda de curso común, con un valor aproximado de $0,887 por cada unidad. Será de curso legal y tendrá poder liberatorio absoluto en los países que conforman la Unión, a excepción de Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca. Sustituirá a las demás monedas nacionales, que desaparecerán, aunque coexistirá con ellas durante los dos primeros meses del año, mientras se realiza el canje correspondiente a 15.000 millones de billetes y 50.000 millones de monedas.
El advenimiento del euro es, sin duda, un paso significativo para la vida diaria de 300 millones de europeos y la culminación de una etapa muy relevante en el proceso de integración económica, política y legal del viejo continente.
Renunciar a la soberanía monetaria no es nada fácil, sobre todo si se piensa en países con monedas fuertes, como el marco, el franco o la peseta. Se requiere, cuando menos, que el cambio sea para bien y que la nueva moneda satisfaga requisitos esenciales de estabilidad y libre cambio, porque técnicamente no se necesita una moneda común para realizar el intercambio comercial entre naciones. De hecho, los países europeos realizaban un fuerte intercambio entre ellos y con el resto del mundo utilizando sus propias monedas, y también el dólar de los Estados Unidos, que cumple esa función en el mundo comercial y de servicios. ¿Qué ventajas, entonces, veían los europeos en una moneda común como para abandonar las suyas? Sí hay ventajas económicas. Sin embargo, la respuesta no se puede mirar únicamente desde la óptica limitada de la economía. Hay factores políticos y geopolíticos igualmente importantes que permiten, al menos en parte, esa justificación.
En el plano económico y comercial, la moneda común proporcionará algunos beneficios. Permitirá a productores y consumidores comparar más fácilmente los precios en las distintas plazas, y eso permitirá desnudar diferencias y estimulará la competencia. También a los consumidores y generadores de servicios les ahorrará los costos envueltos en las comisiones bancarias por el canje de monedas y, según algunos, alejará el fantasma del riesgo por las devaluaciones. Y es aquí, según otros, donde convergen los factores políticos y económicos para lograr la verdadera significación del euro.
El objetivo es que la moneda europea sea fuerte, es decir, estable frente al dólar y el yen –sus principales competidoras– y que los proteja frente a los embates del contagio de las crisis internacionales. Para lograrlo, los 12 países europeos que adoptaron el euro se comprometieron no solo a limitar su emisión de dinero a las necesidades reales de las economías y a no financiar el déficit fiscal, sino a lograr y luego mantener equilibrio en las finanzas públicas en un plazo limitado. Si el compromiso, aunque difícil, es comunitario y el objetivo preservar el valor del euro, los gobiernos podrán descansar en ellos para implantar las reformas fiscales necesarias. Esperamos, por su beneficio, que lo puedan lograr.
De ahí se derivarán, también, otros beneficios. Las reformas fiscales (y otras de carácter estructural que deben imponerse para estabilizar la moneda) contribuirán a generar estabilidad y confianza lo que, a su vez, estimulará la inversión, el crecimiento y el empleo. Y procurar fuentes de empleo es fundamental en Europa y en otras latitudes. Por eso se justifica apostar a una moneda común y esperar a cosechar sus beneficios, aun sabiendo que no es técnicamente necesario compartir una moneda con otros para reducir el déficit fiscal y adoptar reformas estructurales. Pero se necesita mucha voluntad política para lograrlo.
Y aquí es, precisamente, donde cabe la comparación con Centroamérica, también inmersa en un proceso de integración, aunque menos avanzado. ¿Valdría la pena escudarnos mutuamente en un proceso común para concluir las reformas que individualmente no hemos podido lograr, aunque no lleguemos necesariamente a una moneda común? El tema es importante y valdría la pena, por lo menos, discutirlo. Tal vez algún día celebremos un nuevo año más feliz, como los europeos, con expectativas de más estabilidad y crecimiento.

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