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Llegué a Costa Rica y encontré la recta final de las elecciones presidenciales. Empero, el sonido del pito de los carros no era de apoyo a algún candidato, sino que la fiesta se debía a la Sele .
El sábado en San José no hubo silencio, por no ganar la Copa de Oro, sino que la algarabía vino de las caravanas de los candidatos. Las elecciones y el futbol producen efectos similares, por eso en estos comicios era difícil dilucidar para quién era la celebración.
No puedo dejar de comparar esta votación con las que he vivido en mi país. Chile es una nación de grandes diferencias ideológicas, atadas a un pasado histórico marcado por la dictadura. Las nuevas generaciones sufren el peso de la polarización entre dos alianzas, la izquierda y la derecha. Esto genera rencillas que no conciben, por ejemplo, que electores con posturas opuestas celebren en un mismo lugar.
Pero en Costa Rica, país democrático, se puede ver en pleno Paseo Colón a dos personas en un mismo carro con banderas de más de un color político. Marido y mujer difieren en ideas políticas, pero salen a las calles a manifestar sus preferencias, con respeto, aunque uno piense diferente al otro.
Sin embargo, no me explico cómo un país con estas características, que exige un debate para los numerosos candidatos, no cuente con una franja política común, radial y televisiva, que permita a cada uno de los aspirantes a la presidencia tener un espacio igualitario sin tener que pagar por él o emitir bonos de la deuda política. Quizás de esa manera podrían centrar más su campaña en las ideas y no en la descalificación que, por lo que noté, no es lo que buscan los costarricenses.
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