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No sé mucho de amebas, pero supongo que para las amebas es vital detectar dónde hay alimento para moverse en esa dirección y alimentarse. Supongo que también debe ser vital detectar dónde hay sustancias que les pudieran resultar destructivas, para alejarse de ellas lo más posible. Cuando se entrena una rata en un laboratorio, la rata aprende a pedir comida, pulsando una palanquita, o aprende a alejarse de sitios en los cuales existen estímulos desagradables.
De cierta manera, mecanismos como estos se utilizan para producir comportamientos. Los premios y los castigos no son otra cosa que formas de inducir un determinado comportamiento. Dicen algunos autores que nos movemos por motivaciones extrínsecas, por ejemplo por lo que esperamos alcanzar, como el salario o el premio. Que nos movemos también por motivaciones intrínsecas, por ejemplo, por las consecuencias que se espera tenga en nosotros la acción ejecutada, como la satisfacción del trabajo bien realizado.
Ya uno se va dando cuenta de que entre el premio en metálico y la satisfacción del trabajo bien realizado, hay una gran diferencia. Uno podría esperar que una rata se moviera por una porción de comida, pero no podría esperar que su comportamiento estuviera movido por la satisfacción de haber tenido un buen desempeño en la caja de entrenamiento.
Otro autor agrega que también nos mueven motivaciones trascendentes. Ahora no se trata de valorar lo bueno que nos puede pasar a raíz de nuestro comportamiento, sino lo bueno que le puede pasar a otros. Por ejemplo, cuando se ayuda al compañero de trabajo, cuando se le enseña a otro, cuando se dice a otro una frase cariñosa o consoladora. Con esto, afortunadamente, seguimos alejándonos más y más de la rata.
Víctor Frankl, un psiquiatra y humanista austríaco, sostiene que el hombre es un ser que necesita tener claro el sentido de su vida, el para qué. Comer, divertirse, estudiar, relacionarse con otros son medios. ¿Cuál es el objetivo? ¿Vivimos para pasarla bien o vivimos para hacer algo para otros?
Dice Frankl que el verdadero sentido de la vida debe encontrarse fuera de cada uno, no dentro. Por eso dice que la meta de autorrealizarse, que es llegar a ser lo que uno puede llegar a ser, desplegar el potencial, no puede ser la verdadera meta de la existencia humana. Más o menos, lo que me parece que plantea Frankl es que de nada le sirve a un niño tener todos los juguetes y saber todos los juegos, si con ellos no puede brindarle gozo a otro niño. Que de nada nos sirve el conocimiento si no podemos traducirlo en satisfacción para los demás.
Uno podría pensar figurativamente que un violín, que como violín es todo lo que puede llegar a ser, realiza de mejor manera su sentido cuando es más que madera y cuerdas y se convierte en música que nos deleita. Y también podríamos preguntarnos, desde el punto de vista del trabajo que realizamos, generalmente como parte de grupos, de empresas, cuál habría de ser nuestro comportamiento para emular al violín vibrante y para no ser simplemente un violín de anaquel.
Un físico podría decir muchas cosas sobre un cuerpo como el nuestro en cuanto es objeto de fuerzas y presiones, pero a nadie se le ocurriría pensar que ese análisis agota la riqueza del ser que somos. Un médico podría explicarnos cosas sobre nuestra realidad como fenómeno bioquímico. Pero somos más que eso. Quizá sea esta una semana propicia para levantar la vista por encima de la productividad, por encima de la ingeniería industrial, incluso por encima de la gestión del comportamiento humano y preguntarnos cuánto habrían de cambiar nuestras prácticas de trabajo si reconociéramos la realidad de esas motivaciones trascendentes, en las cuales, sin duda, palpita el espíritu.
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