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Manuel Melo Sánchez había sonreído y saludado tímido y sincero, aún sin saber con quiénes hablaba. "¿Mañana es 31?", preguntó sin soltar el canasto, uniformado con sus botas de hule, su pantalón azul remendado y una gorrilla con la marca de un agroquímico.
Más bien se ve fuerte, porque La Nación sí sabe que él salvó decenas de vidas el 31 de agosto, pero que su esfuerzo humano le impidió evitar la muerte de su hermana y sus dos sobrinos, y otros cuatro vecinos.
También se sabe que perdió la casa, que le robaron algunos de los chunches que sacó, que perdió el empleo y que su hijo, Víctor Manuel, de 28 años, acabó con su vida con una dosis tóxica, hace dos semanas.
Ahora, Melo vive con sus esposa en la galera anexa a la casa del suegro, en Paraíso. “Por lo menos vengo a coger café y me despejo, pero endespués tengo que ver dónde trabajo.
“Yo era más alegre; ahora estoy muy demasiado triste. Por dicha el país me ha dado fuerza y quiero seguir luchándola”.
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