El futbol, deporte rey del mundo, no solo es diversión y competencia. También nos da la oportunidad de poner a prueba valores como la cortesía, el respeto y la capacidad de reconocerle los méritos al rival, aun cuando hayamos sido víctimas de él.
Si bien es cierto que un partido genera emociones e insufla ánimos -o los desinfla-, el aficionado se distingue claramente del fanático cuando sabe valorar el triunfo en su justa dimensión (no lo magnifica) y aceptar la derrota sin recurrir a excusas u otro recurso.
Pérez Zeledón llegó el miércoles al estadio Saprissa dispuesto a escribir historia, a demostrar que tenía con qué cristalizar un sueño, y lo logró en gran lid.
La gran mayoría de la afición morada así lo reconoció con aplausos; inclusive hubo quienes se quedaron para observar la entrega del trofeo para el monarca del Torneo de Apertura. Esta actitud dice muy bien y envía un mensaje inequívoco a esos gamberros ("ultra", "doce", "garra".) que llevan la violencia y la intransigencia a los estadios y fuera de ellos (ya hubo un muerto por una pelea entre alajuelenses y heredianos).
Tal reacción contrasta, sin embargo, con las palabras de Jorge Alarcón, gerente del Saprissa, en relación con el éxito generaleño. "Este título no trasciende, no es importante", dijo, porque no significa la obtención del campeonato nacional.
Falso: es importante por cuanto implica que cualquier equipo que quiera este objetivo, por fuerza tiene que vérselas con los del sur, y, segundo, dio un lugar a Pérez Zeledón para participar en el torneo de clubes de Concacaf. Por otra parte, si no tenía importancia, ¿por qué Saprissa luchó con denuedo?
El espíritu deportivo significa humildad para aceptar un traspié e hidalguía para admitir los lauros del vencedor.
Señor Alarcón: el aficionado saprissista que estuvo en el estadio -y también quienes aplaudieron frente al televisor- le dieron una lección. Ojalá la aprenda. La arrogancia no es el mejor camino hacia la cima.