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Dos abogados se enfrentan en los tribunales, él es un galán, ella es una dama elegante. Una defiende el divorcio, el otro ni se sabe de qué lado está. Lo cierto es que se odian, pero esto es solo el comienzo del amor. ¿No les parece una historia de muchas telenovelas? Es lo que vemos en la película Leyes de la atracción del año 2004.
Ella es una abogada que siempre anda con el manual bajo el brazo y con las leyes bien aprendidas. Él es más informal, casi un gigoló, un donjuán o un casanova (es lo mismo, ya se habrán dado cuenta) y se maneja a puro instinto. Aunque ustedes no lo crean, antes de amarse tiene una noche de vida loca.
No está de más señalar que la película es algo divertida, aunque se muestra (por ratos) como forzada en su narración, como si algunas situaciones fueran sacadas con tenazas o con fórceps (para el caso, tienen idéntica utilidad). En esas situaciones siempre aparecen él y ella: Daniel (el actor Pierce Brosnan) y Audrey (la actriz Julianne Moore), quienes deciden "volar" sus cansados pleitos y amores de Estados Unidos a Irlanda.
Lo cierto es que la trama, al rato, se adivina sola. Tiene algunos requiebros, nada más. Es como si alguien contara el mismo cuento una y otra vez, y ni siquiera diferencia las pausas. Digámoslo de esta manera: el argumento es un refrito de sí mismo, secuencia a secuencia.
Incluso cuando va de los Estados a Irlanda, el cambio es solo de paisaje. Lo que vemos constantemente es un filme que se muerde la cola a cada rato y da más vueltas que un trompo. Alguien puede sentirse enternecido o enternecida con esta historia de amor, tal vez, pero eso no garantiza la misma sensación a los demás espectadores de la película.
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