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El ejemplo de Estonia

Estonia logró, en pocos años, lo que muchos países, incluida Costa Rica, han buscado afanosamente por largo tiempo ¿Por qué nuestro Gobierno, en vez de desgastarse con el complicado plan fiscal, no sigue los buenos ejemplos?

Estonia logró en pocos años lo que muchos países, incluido el nuestro, han buscado afanosamente por largo tiempo: una reforma estructural exitosa, con resultados favorables en lo económico, político y social. ¿Cómo logró gestar y, luego, consolidar esa especie de milagro económico, similar al de los denominados tigres asiáticos?
En nuestra edición del pasado martes ofrecimos los pormenores de una entrevista con Mart Laar, exprimer ministro de Estonia, e hicimos un recuento de las experiencias, medidas y resultados de ese pequeño país, similar al nuestro. Mart Laar asumió el poder en Estonia en 1992, con una inflación galopante (1000% anual), crecimiento económico negativo, alto desempleo y una distribución poco equitativa del ingreso nacional. La estructura tributaria, sobre todo en renta, era muy deficiente, conducente a la elusión y evasión. Los individuos y empresas con mayores recursos evadían abiertamente el pago de gravámenes, y había un serio desconcierto global. Desde el inicio, Laar planteó con visión una reforma institucional comprensiva, persuadido de que solo un cambio de esa naturaleza podría romper el círculo vicioso de la inflación, pobreza y desempleo. Para ello, necesitaba urgentemente alimentar la inversión para generar fuentes de empleo y reconstituir los ingresos fiscales, fuente de financiamiento de programas sociales.
Estonia era una economía pequeña, pobre y estatizada. Cerrada, además, al comercio internacional (salvo con la Unión Soviética). Por supuesto, el ahorro interno era insuficiente para financiar el total de la inversión requerida. Pero la estructura productiva y las políticas económicas vigentes no invitaban a la inversión extranjera para coad-yuvar con el proceso de desarrollo. Había que dar un mensaje radical de cambio a favor del mercado y la iniciativa privada, y darle credibilidad. Y eso fue, precisamente, lo que hizo Mart Laad. Sus reformas fueron ambiciosas y aceleradas (contrariamente a lo sucedido en Costa Rica). Se abrieron al comercio internacional mediante una reducción unilateral de aranceles, reformaron las leyes bancarias, renunciaron a la moneda nacional (equivalente a la dolarización, como hizo El Salvador), privatizaron empresas públicas ineficientes e implementaron una reforma fiscal comprensiva, basada en el flat tax . Los resultados fueron sorprendentes.
La inflación se redujo gradualmente hasta llegar a un índice de solo el 2,5% anual, lo que protegió los salarios reales y estimuló la inversión. La libre importación de bienes finales y materias primas restableció la competencia, forzó el sistema productivo a producir con mayor eficiencia y aumentar la producción, y permitió incrementar la oferta de consumo para todas las clases sociales. Los contribuyentes que antes no pagaban, o pagaban muy poco, terminaron experimentando un incremento en su carga tributaria, y el Estado aumentó envidiablemente sus recursos para financiar con más holgura los programas sociales. La pobreza disminuyó debido principalmente a la generación de empleos en el sector privado y mejoró la distribución del ingreso. La inversión extranjera fluyó sin cesar y contribuyó de esta manera a aumentar la producción, en un círculo virtuoso. Rápidamente, Estonia se convirtió en el líder de su región. Otros países, incluida la Unión Soviética, siguieron, al menos en parte, sus reformas, incluio el flat tax , y experimentaron incrementos considerables en la recaudación.
Esa alentadora experiencia nos obliga a preguntarnos por qué Costa Rica no sigue el ejemplo. Los objetivos económicos y sociales que formuló Estonia coinciden en mucho con los que se ha planteado la mayoría de los costarricenses, incluido el actual Gobierno. Queremos más crecimiento económico para generar empleos; salarios crecientes para disminuir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso, y eso solo se logra incrementando la productividad, la producción y las exportaciones. Queremos precios bajos para todos, mediante una reducción significativa de la inflación. También necesitamos crédito barato (los márgenes de intermediación son de los más altos del mundo) para producir y solventar necesidades sociales, como vivienda. Y requerimos mantener la inversión extranjera para financiar más y mejores inversiones. Y el Estado debe lograr una mayor recaudación, sin tener que aumentar insidiosamente los impuestos ni desalentar la inversión extranjera.
El presidente de la República, Óscar Arias, ha dicho insistentemente que desea preservar las empresas que hoy se encuentran en zonas francas e invitar a otras para que se establezcan en el país. ¿Por qué, en vez de desgastarse con el complicado plan fiscal en renta y una renta mundial que generará mayores ingresos, no se decide por el flat tax y las demás reformas que impulsó Estonia? ¿Por qué no les pide a los diputados de la Asamblea Legislativa que aprueben, de una vez por todas, el TLC y continúen con la apertura de monopolios? ¿Y por qué no se decide por una reforma que genere suficientes recursos para asumir las pérdidas del Banco Central, como la aprobación del IVA con un recargo en la tarifa para llevarla al 15%? Los beneficios sociales serían evidentes. Y pueden estar seguros de que los resultados económicos y sociales serían similares a los que experimentó Estonia.

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