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Estocolmo. EFE. La Academia Sueca, con la elección de Harold Pinter como Nobel de Literatura 2005, volvió a tomar una decisión heterodoxa, en una línea que ya tiende a convertirse en tradición y que suele sorprender a críticos y observadores.
Pinter es un dramaturgo destacado y reconocido pero es bastante probable que no estuviera ni siquiera en las quinielas de los más osados; en parte por ser más un hombre de teatro que un escritor en el sentido tradicional de la palabra.
Hace casi 10 años, se dio un caso parecido cuando, en 1997, fue premiado Darío Fo que, según confesión propia, cuando recibió la noticia creyó que se trataba de un chiste.
Otras decisiones sorprendentes se dieron en el 2000, con el premio al chino Gao Xingjiang, que desconcertó hasta los sinólogos, y el año pasado, cuando fue premiada la austríaca Elfriede Jelinek, a quien en el ámbito de la literatura alemana todos conocían y nadie consideraba como un Nobel.
Las reservas en cuanto a la calidad de la obra de Jelinek llevaron incluso a que, hace pocos días, uno de los miembros de la Academia, Knut Ahnlund, dejara la entidad como protesta.
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