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El Editorial de La Nación del 11 de setiembre me ha parecido excelente. Podemos estar metidos en un nuevo tipo de guerra, la del choque de civilizaciones: extremistas islámicos contra Occidente. No seamos tan inocentes para no irnos hasta las Cruzadas -la mayor agresión al mundo musulmán en nombre de Cristo-, recordemos el colonialismo europeo del siglo XIX y la repartición de los yacimientos petrolíferos en Oriente Medio a finales de la Primera Guerra Mundial.
Las guerras de Afganistán e Iraq han sido una medicina peor que la enfermedad, y hoy el mundo es menos seguro que hace 4 años. No se puede acabar con el terrorismo a tiros, como si estuviéramos matando coyotes en un rancho de Texas. Como señala el Editorial, si los más de $200.000 millones gastados en la guerra de Iraq se hubieran empleado en combatir la pobreza y el sida en África, otro gallo nos cantaría.
Si la ciencia adquiriera conciencia y los frutos del inmenso progreso que hoy tenemos se distribuyeran con otro criterio, más cristiano y menos materialista, la paz mundial no sería una utopía, sino una meta alcanzable. En cambio hoy, dominados por el egoísmo, hemos creado un mundo de desigualdad en cuyo horizonte solo se vislumbra violencia creciente.
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