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Para quienes vivimos la época de los escrutinios de votos "a la antigua", sin las certeras proyecciones estadísticas que se emplean actualmente y que anticipan por muchas horas el resultado final, el apuro que pasa en este momento el Tribunal Supremo de Elecciones para conformar las juntas receptoras, es triste y desalentador por cuanto parece ser un eslabón más -y esperemos que el último- en el proceso de desencantamiento y apatía que vive la ciudadanía respecto a tan trascendental evento.
Mi registro más viejo se remonta a los comicios de 1958, en los cuales don Mario Echandi venció a don Francisco J. Orlich, quien cuatro años más tarde alcanzó también la presidencia de la República.
Un niño entonces, recuerdo estar con mi familia junto a la radio para escuchar la pausada lectura de los telegramas, cada uno de ellos una noticia en sí mismo. "Mesa número tal de Puntarenas centro. Para presidente.". La expectación por la cifra nos hacía contener el aliento por unos segundos, para dar paso a diversos comentarios por parte de los mayores.
El ritual se repetía toda la noche y así se iba desgranando la mazorca de oyentes, hasta bien entrada la mañana del día siguiente, cuando suspendían el conteo si ya había un ganador bien perfilado.
Pocos días después, vencedores y vencidos dejaban atrás la rivalidad política y el país se unía alrededor de su nuevo conductor, sin que asomase siquiera la menor duda razonable sobre la legitimidad del proceso y el papel de absoluta neutralidad y transparencia del órgano encargado de las elecciones.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. El despilfarro, la irresponsabilidad, el escándalo, la corrupción y la impunidad de parte de muchos políticos, en diversas funciones públicas y durante años, fueron minando la confianza y credibilidad de la sociedad.
Pero la solución no está en abstenerse de votar. Acudamos a las urnas el domingo con esperanza renovada, no bajo la influencia de ciertas voces siniestras que presagian la muerte de la patria y la democracia si no es su candidato el elegido, y mucho menos movidos por alguna vieja triquiñuela de última hora de quienes se sientan derrotados.
Votemos porque reconstruir lo destruido es tarea de todos y cada uno de nosotros. Y porque no hacerlo es aplicar un remedio que sería peor que la misma enfermedad.
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