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En un artículo anterior se evidenció que los países que han abierto sus economías al mundo y se enfocan en la competitividad se convierten rápidamente en sociedades prósperas; mientras que los que pierden el tiempo en discusiones estériles sobre las virtudes o defectos del neoliberalismo o el imperialismo están condenando a sus poblaciones a vivir siempre en la pobreza.
La exhaustiva investigación del periodista argentino Andrés Oppenheimer en su libro Cuentos chinos demuestra con cifras y hechos lo que muchos políticos y sindicalistas tratan de rebatir a punta de amenazas y gritos.
Los buenos ejemplos sobran. Irlanda tiene 4 millones de habitantes, pero en 12 años pasó de ser uno de los países más pobres de Europa a uno de los más ricos del mundo. A finales de la década de 1980 tenía tasa de desempleo del 18% e inflación del 22%. En la década de 1990 la economía creció al 9% anual, el ingreso per cápita subió de $11.000 a $35.000 por año, mayor que el de Alemania e Inglaterra, y el segundo más alto de la Unión Europea después de Luxemburgo. El desempleo disminuyó al 4% y la pobreza absoluta, al 5%. Más de 1.100 empresas multinacionales se instalaron en su territorio y exportan en conjunto unos $60.000 millones al año. Exportan una tercera parte de todas las computadoras que se venden en Europa y es el mayor exportador de software del mundo. En las épocas de pobreza a Irlanda le pasaba lo que a muchos países de Latinoamérica: el mayor producto de exportación era su gente -cerca de 40 millones de irlandeses viven en Estados Unidos-.
No hay secreto. ¿Cuál fue la fórmula que aplicaron para dar un golpe de timón tan impresionante? En 1987 el Gobierno, los empresarios y los sindicalistas firmaron un acuerdo social con el que apostaban a la apertura económica, a recortar el gasto público, a bajar las tasas de impuestos corporativos y eliminar trabas para atraer inversión extranjera. Además, los sindicalistas aceptaron menores aumentos de salarios a cambio de incrementos futuros a medida que la economía volviera a crecer. El país invirtió fuertemente en educación e incentivó a los jóvenes a seguir carreras de Ingeniería, Ciencia y Tecnología.
Polonia representa otra historia de éxito. Su economía crece a un ritmo del 6% anual, gracias a un bum de inversiones extranjeras, que han crecido de $4.000 millones, a finales de la década de 1990, a unos $10.000 millones en el 2006. Los empresarios son atraídos por los bajos costos laborales, los incentivos fiscales, la mano de obra calificada y la alta educación de la población, ya que también incentivan a los jóvenes a estudiar Ingeniería, Computación, Matemáticas e Inglés. Mientras que Alemania y EE. UU. tienen impuestos corporativos del 40%, Polonia tiene tasas del 19%. Además, los países de la antigua Europa del Este han pasado de ser los más burocráticos a los más amigables del mundo hacia los inversionistas extranjeros.
Realidad vs . verborrea . Uno de los trillados cuentos chinos que han tratado de vendernos los populistas criollos es que con el TLC el imperialismo yanqui se aprovechará de nosotros y saldremos perdedores. Eso es lo que dice la verborrea, pero no precisamente la evidencia. Desde la entrada en vigor del TLC con EE. UU. en 1994, México pasó de tener un déficit comercial de $3.150 millones a un superávit de $55.000 millones. En este mismo período, el ingreso per cápita ha crecido un 43%: pasó de $6.780 a $ 9.666 por año.
No sorprende a nadie que el sindicalismo y la izquierda mexicana se opusieran furiosamente a aceptar el TLC con EE. UU.; no obstante, una década después reconocen que México fue el gran ganador. Los que están sumamente incómodos son los empresarios y sindicatos proteccionistas estadounidenses, que sienten que los TLC están causando la pérdida de puestos de trabajo en su país.
Una gran enseñanza que nos deja Oppenheimer es que en los países donde hay crecimiento económico y se está disminuyendo la pobreza significativamente, no importa si gana la izquierda, la derecha o el centro, no ocurren cambios espectaculares en el rumbo económico, por lo que ningún inversionista tiene que salir huyendo despavorido.
Costarricenses, dejemos de culpar a otros de nuestras desventuras, alejémonos del estéril debate en el campo ideológico y concentrémonos en lo que de verdad interesa que es la competitividad, el crecimiento económico, y en cómo reducir la pobreza sostenidamente.
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