Beirut. AP y AFP. Agrias divisiones surgieron ayer en el Gobierno libanés debido a la negativa de Hezbolá a desarmarse, mientras cancilleres de diversas naciones llegaron a Beirut para discutir la formación de la fuerza multinacional que debe desplegarse en el sur del Líbano.
Hezbolá anunció ayer que no piensa desarmarse, tal y como lo contempla la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU adoptada el viernes que puso fin a la guerra entre el grupo guerrillero libanés y el ejército israelí.
El presidente libanés, el prosirio Emil Lahud, juzgó que es vergonzoso reclamar el desarme de Hezbolá, "la única fuerza del mundo árabe que hizo frente a Israel".
"Es vergonzoso reclamar el desarme de la resistencia nacional cuando la sangre de los mártires está todavía caliente", declaró Lahud en un comunicado distribuido por la presidencia.
"¿Cómo pueden pedirnos desarmar a la única fuerza del mundo árabe que hizo frente a Israel?", agregó, en referencia a Hezbolá, cuyos hombres combatieron durante 33 días contra el ejército israelí en Líbano sur.
El gabinete libanés, que incluye a dos ministros de Hezbolá, eludió analizar el tema del desarme del grupo guerrillero.
El equipo de gobierno no se había reunido desde que el cese del fuego entró en efecto el lunes, como resultado de agrias divisiones. Un sector, opuesto a Hezbolá, exige el desarme de la milicia.
Trascendió que se habría llegado a un compromiso por el cual los milicianos no portarían armas en público, ni usarían sus casamatas fortificadas para disparar cohetes contra Israel. Uno de los líderes del grupo dijo que no tendrán presencia visible en el sur del país.
Prometió ayudar a decenas de miles de personas a reconstruir sus viviendas, destruidas en un mes de guerra con Israel.
La acción de la milicia islámica de seguro acrecentará su prestigio entre los chiitas, que constituyen alrededor del 35% de los cuatro millones de habitantes del Líbano.