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Dos de cada 10 estudiantes aprueban secundaria sin repetir. 33% de los estudiantes termina el colegio pero repite al menos un año. El 48% de los colegiales abandonan las aulas. Esta alarmante estadística impactará tarde o temprano el desarrollo de nuestro país. Se cuestionan los detonantes de estas realidades: ¿Profesores? ¿Infraestructura? ¿Presupuesto? Nos podríamos preguntar tal vez: ¿Dónde están los padres? Sin padres no hay educación.
Existe una semblanza interesante entre los padres de familia y los arcos que son necesarios para impulsar las flechas, imagen de los hijos. El arco confiere a la flecha fuerza y dirección. Un arte de tensar, proyectar y dirigir con acierto. La fuerza de ese arco, forjador de personas, parte de la calidad un amor que tiene que ser responsable. Y para que sea responsable tiene que hacerse presente. ¿Dónde están los arcos que dirigen las flechas? ¿Dónde están los padres y madres, los verdaderos agentes de transformación de la sociedad? Significativas ausencias vemos en el hogar y en la escuela de los principales protagonistas de la educación: papá y mamá. ¿Por qué fracasa la educación? Tal vez porque los padres no nos hacemos presentes en la labor de sostener, apoyar y dirigir nuestras flechas. Tal vez porque no nos damos cuenta que el mejor servicio que podemos prestar a la sociedad es involucrarnos en la educación de nuestros hijos.
Ante una crisis educativa que se detona muchas veces desde la familia, y que le cuesta al Estado muy cara, ni qué decir al futuro del país, más que escudos para defendernos, necesitamos arcos para atacar. Emprender una "revolución del sentido común". Los padres de familia, gestores, aurigas de la educación, somos elementos configuradores del proyecto de vida de cada uno de nuestros hijos. Les facilitamos unas cartas de navegación que les marcan los límites entre la ruta que acaba en un puerto seguro o el camino erróneo que les puede hacer chocar contra un iceberg.
Sin visión de continuidad. Sin familia no hay persona ni sociedad. Esta cara factura la está pagando una civilización occidental despersonalizada, de seres muchas veces desvinculados, que ni aman ni se comprometen con nada, que no tienen visión de continuidad ni ideales que vertebren el sentido de sus vidas hacia el futuro.
Grandes empresarios son los padres. Valientes, visionarios y “locos” para muchos, son estos “arquitectos” que han decidido no jubilarse ni claudicar para colaborar en la educación de sus hijos. Conjugando el yo, el tú y el nosotros “hacen familia”, construyen arcos y proyectan flechas hacia un noble horizonte: aprender a pensar, aprender a elegir, aprender a amar responsablemente y por ende aprender a vivir.
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