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El Incae, el mejor

Entre las 40 mejores escuelas de negocios de América Latina, INCAE fue, por cuarta vez seguida, la número uno, y es también la décima en el mundo Nuestro sistema educativo y nuestras universidades deben someterse a parámetros internacionales de calidad

El rector del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (Incae), Roberto Artavia, nos ofreció ayer, en la sección de opinión, condimentado con el vocabulario del futbol, un jubiloso y justo comentario sobre la cuarta victoria consecutiva de dicha entidad, clasificada como la mejor escuela de negocios de América Latina. El honor vale por sí mismo y por el elevado nivel académico de las 40 instituciones competidoras, entre ellas, las de México, Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Venezuela y Perú.
La treta metafórica del futbol, con fines didácticos y publicitarios, también nos enseña. Como dice el autor del comentario, ojalá algún día los logros de las instituciones y empresas excepcionales sean tan celebrados por la prensa y por la gente como las hazañas deportivas de nuestros atletas. En La Nación no hemos caído en este pecado, como lo demuestran los hechos. Sin embargo, puede apuntarse que, en general, hay que hacer un esfuerzo para poner las cosas en su lugar: honor a quien honor merece. Las mismas instituciones universitarias no han sabido repicar las campanas y exaltar los triunfos sólidos, los que valen y que, por ello, estimulan a profesores, investigadores y alumnos. Con frecuencia lo ideológico y, por ello, marginal o inútil tiene preferencia sobre la noticia y el comentario de fondo, en relación con la labor académica o investigativa.
INCAE fue clasificada, asimismo, por el Walt Street Journal como la décima escuela internacional de negocios del mundo. Es decir, esta institución, enclavada en una zona pobre del mundo, ha logrado descollar entre los grandes, no por casualidad (por un gol fortuito, por un favor del árbitro o por un error del adversario), sino por un proceso fundado en la excelencia en todo sentido, en particular del personal académico y gerencial. Bueno es, por ello, reparar en los criterios objetivos utilizados para juzgar y alcanzar estas preseas: calidad del cuerpo docente, medida por la cantidad y calidad de profesores con grados doctorales de universidades de prestigio (sí, de universidades de prestigio); la creación de conocimientos, tanto teóricos como aplicados, reflejados en sus publicaciones; la calidad de alianzas internacionales y acreditaciones; el valor de marca y poder de convocatoria, medida por encuestas a gerentes y tomadores de decisiones.
Con estos parámetros de excelencia ha triunfado el Incae, prueba inequívoca de que la aplicación y vivencia de los principios que han hecho grandes a los países, a las instituciones y a las empresas no dependen del volumen de recursos, sino, básicamente, del orden del espíritu, del talento, del esfuerzo, de la responsabilidad, de la visión de país y de sociedad. Tampoco la mediocridad o el atraso provienen de la perversidad ajena, de la mala voluntad de otros países o instituciones, sino de la propia actitud de los nacionales, de los dirigentes o de los sectores minoritarios anquilosados en el statu quo, por temor al cambio. Da pena recordar, por ello, que algunas instituciones universitarias públicas se han opuesto, sin razón alguna, excepto el miedo a la competencia, a la creación de otras entidades de cultura superior.
En cuanto a los criterios objetivos de medición o de acreditación, urge un remozamiento en nuestra educación pública, tanto universitaria como de los niveles inferiores. El narcisismo nos ha causado mucho daño. Es preciso abrir puertas y ventanas, exponernos a la crítica externa de valía, sin complacencias, como una oportunidad constante de rectificar y de crecer, y un acto de servicio al país y, concretamente, a los propios estudiantes y a los padres de familia, a la vez que control y rendición de cuentas para los contribuyentes. Todos los ciudadanos deben saber, a ciencia cierta, qué pan intelectual están suministrando las instituciones educativas, qué opciones excelentes ofrecen a los estudiantes, a fin de escoger con propiedad y enjuiciar con justicia. En el campo de la educación, sobre todo, la transparencia es precisamente un valor integral.

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