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Andre Agassi hizo méritos para que la exigente afición al tenis estadounidense lo ubique al lado de otros históricos como Jimmy Connors y Pete Sampras.
El chico de Las Vegas no necesitó decir malas palabras cada vez que había un fallo polémico, como John McEnroe, pero sí aceptó desde el inicio convertirse en un ícono publicitario (en los 90 fue muy famosa su campaña de "La imagen lo es todo", con una marca de ropa deportiva).
No ganó tantos Grand Slam como Sampras (14), ni estuvo tantas semanas en el primer lugar del ranquin como el checo nacionalizado estadounidense Iván Lendl (quien permaneció 270 semanas al frente del escalafón).
Sin embargo, el carisma de Agassi superó por mucho al de cualquier otro tenista de ese país.
El público norteamericano y mundial lo vio surgir en este deporte, casarse, divorciarse, caer como atleta, sufrir como persona, volver a iniciar su carrera y reconstruir su vida familiar.
Especialmente, lo vio raparse la cabeza a finales de los 90, diciéndole adiós a la cabellera dorada que había sido su gran marca de fábrica desde el comienzo.
Sin la elegancia de Jimmy Connors, el estilo sobrio de Sampras o la voracidad ganadora de McEnroe, supo convertirse en leyenda de un país que gradúa miles de tenistas al año.
Ganó tres veces la Copa Davis y siempre dejó claro que era un orgullo jugar para su nación. Quizás por ello el público de Flushing Meadows (donde se disputa el Abierto de Estados Unidos) se entrega con pasión en cada uno de sus partidos. Después de todo, no todos los días es posible ver a una leyenda raqueta en mano.
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