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En Vela

La globalización del futbol es una lección permanente. El futbol, sin esta dimensión mundial, habría muerto de inanición en Inglaterra, a fines del siglo XIX. Hoy llena todos los villorrios y todo el planeta.
Su fuerza es tan evidente que, como lo glosó el editorial del día de ayer de La Nación , el rector del Incae, Roberto Artavia, echó mano del lenguaje del futbol –el sábado pasado– para poner al alcance de la gente la magnitud del triunfo de esta institución que consiguió la medalla de oro en el campeonato latinoamericano de las 40 mejores escuelas de negocios de América Latina. Más todavía, campeón por cuarta vez consecutiva –tetracampeón– en este torneo académico y, según el Wall Street Journal, la décima mejor del mundo. Si estos campeonatos los hubiera alcanzado la Selección Nacional de Futbol, no habría calles para las multitudes jubilosas.
El símil con el futbol es preciso. El secreto del señorío del futbol en el mundo –en cuyos confines no se pone el Sol– reside en la belleza y sencillez del juego, basado en unos cuantos principios, y en el espíritu de competencia (no solo como capacidad, sino como apertura, examen constante ante todo el país y ante el mundo, y rivalidad). La competencia en el futbol lo globalizó, y la globalización precisamente lo mantiene, lo perfecciona y le confiere más poder.
Hace dos meses, concluyó el Mundial en Alemania. De inmediato, explotó la competencia en todos los países y en el campo internacional. Costa Rica no se arredró y, pese al ridículo en Alemania, ahora compite en Europa. Brasil y Argentina(¡ay dolor!) bregaron ayer en Inglaterra, y esta semana se enfrentarán Francia e Italia, nada menos, rumbo a la Copa Europea. ¿Por qué? Porque si no se compite, se retrocede. Si no se compite, no se obliga un país, en cualquier campo, a dar lo mejor de sí para mejorar y avanzar.
Una persona o un país podría enclaustrarse en un falso patriotismo o en una tonta soberanía para no arriesgarse, como el viejo aquel que escondió a su hija por 60 años para que no se casara y no perdiera la virginidad. Su hijita murió virgen, pero pobre y loca. Nuestros antepasados, en una población de un poco más de 50.000 habitantes, se animaron y comenzaron a exportar café pocos años después de la independencia. ¡Qué ejemplo maravilloso!
"No temáis", nos enseñó el papa Juan Pablo II, y cayeron imperios. Temamos a quienes están dominados por el miedo, por la demagogia y la mediocridad. “Sí se puede” contra “no se puede”.

  • POR Julio Rodríguez / envela@nacion.com
  • Opinión
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