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El Gobierno neutralizó con inteligencia, serenidad, firmeza y eficacia la pretensión de que Norman Caldera, taimado canciller nicaragüense, se convirtiera en negociador jefe de Centroamérica con la UE.
Para que este y otros procesos de la necesaria integración centroamericana evolucionen favorablemente, debemos plantearnos por qué se produjo esa componenda al margen de nuestro país.
La respuesta más visible es que el presidente de Nicaragua quería colocar a su ministro para darle nuevo empleo, ganar influencia regional y poner una zancadilla a Costa Rica. Pero no lo hubiera logrado sin la complicidad, acuerdo o descuido de sus colegas. Y aquí es donde está el detalle clave.
Frente al aislamiento regional en que terminamos, se impone una revisión integral de nuestra política hacia Centroamérica, no para agudizar distancias y discrepancias, sino al contrario: para propiciar una sistemática dinámica de coordinación y acercamiento que, sin descuidar diferencias, se centre en los múltiples objetivos comunes.
Tras tantos años de descuido en este frente, es necesario convertir al istmo en un gran eje de comercio y diplomacia.
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