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Cayó el telón sobre el régimen cambiario. El veredicto será conciso y preciso: cumplió a cabalidad su objetivo y sirvió bien al país. Pero su suerte estaba echada. Por una decisión (tardía) del Banco Central, las minis se fueron en bandas.
Celebro el advenimiento de las bandas y siento que, con ellas, revivo el pasado. Me tocó presidir la junta directiva del Banco Central cuando se liberó por primera vez el régimen cambiario. Basados en una jurisprudencia constitucional, lanzamos las transacciones de divisas al mercado libre, donde, según la Corte, reinaban la oferta y demanda. Luego, abrimos la cuenta de capital. Desde entonces, florecieron los recursos externos. Y, en vez de perder, el país ganó reservas.
El régimen se abortó prematuramente –triste es reconocerlo– debido a un banco temerario del Estado y al estado temeroso del Gobierno. El banco era comprador neto de divisas y presionaba el cambio a la baja para ganar comisiones. Los exportadores sintieron el golpe y reaccionaron. El Central eventualmente intervino para recuperar el tipo de cambio real perdido, pero fueron muchas las oscilaciones en pocos días. La oposición, recalcitrante, se rajó. El Gobierno se asustó y nos pidió volver a las minis. Esa es la historia. ¡Lástima! Con un poco menos de ambición en unos y más coraje en otros, habríamos podido madurar la reforma. Pero no todo fue en vano. Liberamos a la junta del deber (legal) de devaluar y consolidamos la apertura de capitales para que ustedes pudieran comprar divisas libremente. Antes, tenían que pedir permiso. Hoy, ni siquiera deben pedir perdón.
¿Qué podemos rescatar de esa experiencia? Primero, siempre habrá enemigos de la flotación: los exportadores, si las cotizaciones bajan; importadores, si suben; especuladores, si se mantienen; y los banqueros tratarán de prolongar por siempre el período de transición de bandas estrechas a la flotación. El Gobierno deberá apoyar públicamente la reforma, absorber las pérdidas del Central y presentar las reformas a la Asamblea (no hay por qué engavetar los proyectos). Y el Banco deberá migrar sin dilación al esquema de inflation targets para controlar la inflación. Cuanto más baja, más estable el tipo de cambio.
En esta hora de celebración (tardía) quiero agradecer a los miembros de la junta directiva del Banco Central de 1992 –Álvaro Trejos, Rodolfo Méndez, Ronulfo Jiménez, Jaime Gutiérrez (yo prefería un médico inteligente a un economista tonto) y los distinguidos directivos de Liberación, Álvaro García y Carlos Sáenz– por su valiente y decidido apoyo a la flotación. Hoy pueden estar seguros, como ayer, de que teníamos razón.
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