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Después de una larga jornada laboral, un disgusto o un éxito, llegar a casa es un deseo común, leía en Aceprensa. Pero las casas del siglo XXI ya no son como aquel "dulce hogar" de los abuelos. Pero, debemos recuperar los espacios domésticos y los ambientes de familia, con soluciones específicas al ser y vivir del siglo XXI. Entre las conclusiones del congreso “Excellence in the Home”, el pasado mayo en Londres, se asegura que los “jóvenes ven en las comidas familiares un espacio significativo para la conversación” y que, en consecuencia, “la participación en ellas cada vez adquiere mayor importancia”.
Me decía una abuela costarricense, con varios hijos y muchos nietos, que está feliz porque logró que un día a la semana se reúnan en un almuerzo familiar en el que todos disfrutan. Y es que “la familia es el mayor e insustituible bien de la sociedad y, en ningún caso, existen sucedáneos”, dijo el cardenal J. Herranz con ocasión del Encuentro Mundial de las Familias.
Antiguas raíces. El peso de la familia y de las comidas familiares es un factor para recuperar el valor del hogar. “Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres, empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aun más antiguas”, dijo Benedicto XVI en Valencia.
Algunos estudiosos nos dicen que “existe una relación estrecha entre las comidas familiares y la producción de capital humano, social y moral”. Las comidas familiares fortalecen las relaciones filiales, mejoran los resultados académicos y ayudan a prevenir el consumo de drogas ( www.excellenceithehome.org ). La educación no resuelve por si sola la ausencia de las comidas familiares y su consecuencia sobre el capital humano del país. En esos encuentros hay una relación interpersonal y una riqueza de tradiciones singulares que no puede pedirse prestada ni dan las instituciones estatales. Muchos problemas que se pretenden resolver ante los jueces, políticos o profesores, se resolverían mucho mejor en el comedor o la cocina de un hogar en marcha.
Tiempo importante. Por otro lado, los largos horarios de trabajo de los padres y los cortos horarios escolares, mas una miríada de actividades extraescolares para los hijos, no resuelven nada. El tiempo dedicado al hogar es muy importante para todos. “El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar”, enseñaba san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. En el mundo anglosajón surgen hoy empresas que ofrecen cursos para aprender a planificar el trabajo del hogar, lo cual reduce el estrés, principalmente en la mujer, y aumenta la satisfacción familiar de todos.
Prudence Leith, fundadora de Leith School of Food and Wine, de Londres, es una apasionada defensora de la gestión del hogar con estándares profesionales, dice Aceprensa. El aprender a cocinar en la casa facilita la serenidad, que no haya enfados, y eso fortalece el sentido del hogar y el descanso en familia los fines de semana. El valor del hogar bien podría introducirse en nuestra cultura a través de clases de antropología o de sociología, apoyándolo en estadísticas y estudios sobre su incidencia en la buena marcha de la sociedad.
“En la familia está ya el germen de la sociedad, y esta se fundamenta sobre la familia. Ni la Iglesia, ni tampoco los pueblos, han inventado la familia. Es su propia naturaleza la que lleva al hombre a vivir en familia, y en familia a constituir sociedades”, explicó el cardenal J. Herranz.
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