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La participación y el entusiasmo populares, la variedad de los desfiles, la introducción de elementos folclóricos, el esfuerzo en brindarles a los actos un marco formativo, en cuanto al comportamiento de los estudiantes y a la exposición de ciertos conceptos básicos, alusivos a la fecha, así como la censura pública contra la pretensión de manipular el 15 de setiembre, fueron las notas distintivas de la celebración de la independencia nacional. El mérito corresponde a los educadores, a los padres de familia y a las autoridades del Ministerio de Educación Pública.
La gente sabe apreciar y agradecer estos esfuerzos. Importa, por ello, sobremanera no bajar la guardia y seguir en esta dirección a fin de que las fechas patrias, cívicas, culturales, familiares, religiosas, expresión de la identidad y de la historia de nuestro pueblo, alcancen su objetivo: la defensa y proyección de la memoria colectiva y, con ella, el fortalecimiento del sentido de unidad en lo esencial, en el marco de la necesaria diversidad. La celebración del 15 de setiembre, en estas condiciones, nos dejó dos lecciones: la trascendencia de todas las fechas patrias, con la amplitud expresada, y, por lo tanto, la obligación de retornar al calendario, a nuestro marco histórico y temporal, para no jugar con ellas ni vaciarlas de su sentido y contenido, en aras de un mal entendido desarrollo turístico.
En segundo lugar, los actos populares del 15 de setiembre, como todos los demás, pueden enriquecerse con las más diversas manifestaciones culturales, tradicionales, folclóricas y festivas, sin perder, eso sí, su esencia o razón de ser. De ninguna manera, el carnaval o la charanga deben prevalecer sobre la dimensión conmemorativa. Bien hicieron, por ello, las autoridades eclesiásticas en despojar la romería a la basílica de la Virgen de los Ángeles, el 2 de agosto, de prácticas contrarias a su espíritu y hasta ofensivas, además de centrar la homilía en su dimensión esencial, así como, en este 15 de setiembre, las del MEP en recordar a los directores de colegios y escuelas del deber de responsabilidad intransferible en la presentación y conducta de los estudiantes. Los padres de familia secundaron esta directriz. La educación, queda claro, no se confina en las aulas.
Este cambio de actitud no debe amenguarse. Por el contrario, debe inspirar una nueva visión de la educación cívica, con todo lo que este saber significa, junto con la formación en valores, a fin de restaurar tantos bienes morales e intelectuales venidos a menos en nuestro país por el esnobismo, el facilismo, el ideologismo o, sencillamente, la comodidad de la rutina. Y, si resaltamos el énfasis dado por el actual titular del MEP a la responsabilidad personal, en todos los niveles del sistema educativo, el benemeritazgo otorgado recientemente a don José Joaquín Trejos, de parte de la Asamblea Legislativa, evoca el concepto motor o rector de su gobierno: el esfuerzo propio. La suplantación del esfuerzo propio, dimensión básica de la responsabilidad personal, por el proteccionismo sin contrapartida o por el derecho sin el deber convirtió la política en regalo y en clientelismo, y al ciudadano, en instrumento electoral.
Se impone, en suma, a la luz de las efemérides del 15 de setiembre, y en vista de que la patria ha sido llevada y traída sin respeto alguno, retornar a los principios y valores fundamentales que alumbraron nuestra independencia y que han jalonado nuestra historia más que centenaria. La política nacional debe recuperar y revivir esa rica herencia.
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