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En el barrio donde vivo, nos hemos acostumbrado a escuchar el motor de los carros y buses, que todas las mañanas, de lunes a viernes, entran y salen para llevar a todos los niños a sus respectivas escuelas. Escenario que se repite en las tardes cuando, cansados y felices, regresan a sus casas: su jornada escolar de seis, siete u ocho horas ha terminado.
Sin embargo, en muchos otros vecindarios de mi país se vive una realidad muy diferente. Para los estudiantes de esos otros barrios, las escuelas abren y cierran en horas diferentes. Sus jornadas escolares no llegan a completar las seis horas mínimas acordadas en los convenios centroamericanos, suscritos por los ministros de Educación del área, y se reducen en algunos casos a cuatro y tres horas diarias. "Horario alterno" se llama precisamente a esas jornadas disminuidas, para ocultar con un eufemismo la desigualdad que golpea a estas familias.
Odiosas desigualdades. En diferentes foros, autoridades del MEP han reconocido esta “problemática social”, sin ofrecer soluciones ni a corto ni a largo plazo, justificando estas odiosas desigualdades en una engañosa “carencia de recursos”, pues el desorden presupuestario y la irracionalidad en la asignación de recursos es una constante en ese Ministerio.
En el mes de los niños, cuando festejamos además el cumpleaños de la patria, es imperativo tomar conciencia de esta morosidad social. En un ciclo lectivo de 200 días, este déficit en la jornada escolar significa realmente recibir un mes menos de clases cada año. ¿Hasta cuándo vamos a mantener esta deuda con la infancia del país?
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