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El bufón amenazante

Envuelto en chistes e insultos, Chávez está forjando preocupantes alianzas Su autoritarismo y armamentismo amenazan la estabilidad del hemisferio

Cada vez con mayor insistencia y desborde, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se ha lanzado a la escena internacional para asumir un papel por el que varios compiten: el de antiyanqui supremo. Para cumplirlo plenamente, durante los últimos meses ha desarrollado dos líneas de acción, que confluyen en el riesgo que plantean a la seguridad hemisférica.
La iniciativa más inocua, aunque ciertamente irritante, ha consistido en el despliegue de sus habilidades de bufón para lanzar los más burdos insultos al presidente George W. Bush, cuyas políticas han sido a menudo erradas, pero quien merece el respeto como gobernante democráticamente electo de un país libre. Cuando, el pasado miércoles, en la tribuna de la Asamblea General de la ONU, Chávez se explayó con referencias luciferianas al mandatario norteamericano, se ganó el irrespeto de una gran cantidad de líderes presentes, pero la atención de muchos más, y se acercó al primer lugar en la lista de enemigos declarados del "imperio", algo clave en sus planes.
Si todo se quedara en esta faceta, el caso no tendría graves consecuencias. Pero la otra vertiente de su estrategia produce honda preocupación. Se trata del cultivo de alianzas con algunos de los regímenes más peligrosos y dictatoriales del mundo, y el emprendimiento de una carrera armamentista que puede tener gravísimas implicaciones en Sudamérica. Aquí, y no en sus chistes de mal gusto, es donde están los verdaderos riesgos internacionales, a los cuales se suman sus intentos sistemáticos, aunque tácticamente modulados, para consolidar un régimen autoritario en Venezuela.
A pesar de su retórica latinoamericanista y bolivariana, el mayor activismo diplomático y político de Chávez se ha dirigido, en los dos últimos meses, hacia Rusia, China, Bielorrusia, Vietnam, Corea del Norte e Irán. Con los rusos firmó una factura bélica de $3.000 millones para adquirir una diversa gama de armamentos, incluyendo 24 cazabombarderos de última generación, 55 helicópteros y 100.000 rifles de asalto Kalashnikov, y ha anunciado que podría haber más pedidos. Con los chinos suscribió acuerdos para aumentar las exportaciones de petróleo y acoger inversiones de empresas estatales en la explotación de hidrocarburos. Con Irán se ha enfrascado en una danza de alabanzas y apoyo a su programa nuclear (altamente alarmante y con aparentes propósitos militares), ha amenazado con adquirir esa tecnología y ha suscrito varios acuerdos petroleros. Y su respaldo al régimen norcoreano, uno de los más oscurantistas y peligrosos del mundo, aunque menos militante, ha sido pregonado abiertamente.
Acciones como las descritas, así como sus alabanzas al grupo político-terrorista Hezbolá, van mucho más allá de simples bravuconadas, arrebatos de grandeza o una búsqueda deliberada de conflicto con Estados Unidos. Constituyen también un claro riesgo para la estabilidad sudamericana, que inquieta seriamente a todos los países de la zona (quizá con excepción de su estrecho aliado, Evo Morales), aunque, hasta el momento, no lo hayan dicho en público.
Por desgracia, no es mucho lo que se puede hacer para detener esta escalada, que se asienta en una ilimitada chequera de petrodólares y en la compra o control de voluntades. Pero, al menos, las democracias latinoamericanas deberían reevaluar seriamente sus relaciones con Chávez, no respaldar sus pretensiones de llegar al Consejo de Seguridad de la ONU y dar todo el apoyo posible a los sectores independientes de Venezuela. De lo contrario, es probable que se arrepientan muy pronto.

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