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Dice Ramón Gómez de la Serna, el de las inolvidables Greguerías , que "el mejor destino que hay es el de supervisor de nubes, acostado en una hamaca mirando al cielo" y, por supuesto, bien pagado, incluso por horas extras no trabajadas, dotado de toda suerte de privilegios y enemigo cerval de quienes producen y trabajan, pues “el trabajo –acota Oscar Wilde– es el refugio de los que no tienen nada que hacer”. Y existen muchos en nuestro país que tienen mucho que hacer. Por eso, con lógica wildiana, no trabajan.
Prefieren ser supervisores de nubes. ¿Habrá labor más ímproba y compleja que supervisar el movimiento y las volutas de las nubes, atisbar la celeridad con que se forman y, de inmediato, se deshacen, o sufrir el dolor de su desaparición por el ímpetu de la lluvia o la lobreguez de la noche? Solamente los dirigentes del sindicato de Japdeva, y otros de igual linaje, saben armonizar existencialmente las citas de Gómez de la Serna y de Óscar Wilde.
Existe un grupo de especímenes, convertidos en números en los anaqueles públicos y en los sistemas de cómputo, denominado contribuyentes. Se trata de un grupo de rostro vagaroso, impersonal, solamente personalizado a la hora de pagar. Paga y desaparece para seguir sufriendo la agresión del Estado, la de los zánganos sociales, la de los corruptos, los populistas y los pésimos administradores de la cosa pública.
Deentro de este contingente social se encuentran los productores y los trabajadores, de todo color y pelambre, que pagan impuestos. Estos deberían ser los mimados del Estado, simplificando las disposiciones tributarias y facilitando la forma de pago, mas ocurre lo contrario. Hay dos condiciones primarias para que funcione una democracia: el voto y la honradez tributaria. El voto es simple. Todo lo relacionado con impuestos, por el contrario, es, en nuestros países, una auténtica tortura.
A esta locura estatal se agrega otra: la impunidad de los supervisores de nubes, financiados por los contribuyentes, esto es, por los productores y los trabajadores. Su diversión es entorpecer el trabajo y la producción, las reformas innovadoras, la apertura y la competencia, y que el país progrese. Los hay en Japdeva y en otras instituciones, y cuentan, además, con protectores en partidos políticos, en universidades públicas y en ciertos medios de comunicación.
Costa Rica perdió en Limón, en dos días, millones de dólares por los supervisores de nubes, mirando al cielo desde una hamaca…
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