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El origen del uso de cloro (Cl) como desinfectante del agua se remonta a 1846, cuando el doctor Ignaz Semmelweis recomendó a sus discípulos el lavado de manos con jabón y agua clorada, para evitar la transmisión de la fiebre puerperal entre sus pacientes. En 1854 el doctor Snow intentó desinfectar el sistema de abastecimiento de agua de la calle Broad, en Londres. En 1881 el doctor Robert Koch demostró, en condiciones controladas de laboratorio, el efecto germicida del hipoclorito o lejía. En 1897, Sims Woodbread usó una solución de cloro para limpiar las tuberías del acue- ducto de Maidstone, Londres. En el continente americano, su uso empezó en 1908, en Nueva Jersey, se expandió años después a otras latitudes de EE. UU. y causó una disminución drástica de las enferme- dades transmitidas por el agua, como la tifoidea, cólera, diarreas y hepatitis A.
Estudios realizados en el período 1940 a 1970 comprobaron los efectos mortales del cloro sobre las células bacterianas, al producirse daños en la pared celular, alteraciones físicas y bioquímicas del citoplasma y deterioro de sus mecanismos de respiración y transporte activo. La filtración y desinfección del agua con cloro son responsables de gran parte del aumento del 50% de la expectativa de vida en los países desarrollados durante el siglo XX; es decir, son probablemente el avance más significativo en salud pública del milenio. Sin embargo, las bondades del cloro han sido cuestionadas desde 1974 al descubrirse que reaccionaba con la materia orgánica y producía trihalometanos, como cloroformo, que más tarde se relacionaron con varios tipos de cáncer en animales de laboratorio. Estos hallazgos no se han probado en seres humanos, pero el amarillismo de la prensa provocó una disminución en el uso de cloro en las décadas de 1970 y 1980, lo que aumentó la transmisión de brotes de diarreas, hasta el "destape" de la epidemia de cólera que comenzó en Perú en 1991.
No hay relación. En muchos países se relacionó el uso de cloro en el agua como causante de cáncer gástrico, pero no se ha logrado probar epidemiológicamente. En Costa Rica, funcionarios del Laboratorio Nacional de Aguas y la Universidad de Costa Rica demostraron, mediante un estudio exploratorio ecológico, que no existe ninguna relación estadísticamente significativa entre ambas variables; por el contrario, los cantones en donde el agua ha sido clorada por décadas presentan menor incidencia de cáncer gástrico.
Actualmente, en EE. UU., en el 98% de acueductos usan cloro como desinfectante. En Costa Rica, el 77% de la población recibe agua clorada, pero aún existe un 75% de los acueductos rurales y municipales que no la utilizan. A la luz de estas observaciones, recomendamos mejorar los servicios de agua para consumo humano, protegiendo las fuentes y clorando continuamente los acueductos del país. Por último, no omito indicar lo señalado por la Organización Mundial de la Salud (OMS): “La desinfección con cloro es aún la mejor garantía de un agua microbiológicamente segura…”.
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