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Álvaro Cedeño
Economista
El condicionamiento operante consiste en producir un determinado comportamiento en una persona –o en una rata– a partir de la repetición de estímulos.
En ese sentido, se pueden limitar las opciones de las personas y reducir lo que podríamos llamar, su capacidad de maniobra.
Una persona es más plena cuando libremente puede escoger un comportamiento.
Un ser humano que está condenado a trabajos forzosos, no tiene opción y pierde su capacidad de maniobra.
Mi vecino, cuando escucha el despertador, tiene la opción de levantarse o no a hacer su trabajo.
De él podríamos decir que es diligente.
Del condenado no.
Bennis dice que en la madurez, dejamos de accionar para la gradería y vamos afirmando nuestra autenticidad.
Entonces no actuamos, como en el teatro, sino que nos expresamos, esto es, dejamos que nuestro comportamiento muestre las características de nuestro ser.
Expresarse es dejar que nuestro comportamiento fluya de manera tan natural que contenga nuestra huella digital, única, individual, inalterada.
Eso no es posible si se quiere, por ejemplo, tener una buena imagen pública o una buena imagen ante la abuela.
El reconocimiento, la admiración, la buena imagen, nos quitan espontaneidad, porque entonces accionamos para merecerlos.
Liberarse de un defecto es una lucha llamativa.
Liberarse de algo tan grato como la admiración, es otra cosa, pero hay que hacerlo si se quiere profundizar en el camino hacia la autenticidad.
Carl Rogers decía que en un grupo de crecimiento, quien lo conduce no debe nunca decir cuál comportamiento no le parece bien ni cuál sí le parece bien, porque de hacerlo, estaría condicionando a los participantes, quienes en un afán por congraciarse con el conductor, empezarían a repetir el comportamiento que él ha elogiado.
Hay que escuchar el aplauso por la meta lograda, con gran espíritu crítico, no vaya a ser que terminemos adoptando como propias, las metas que valora quien nos aplaude, y terminemos así enjaulados.
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