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Heredia. Ramonense plantó una muralla de hierro estricto y le sacó plusvalía a un gol solitario hasta dejarse uno de esos triunfos que echan a perder las quinielas.
Lo primero era totalmente predecible: que los poetas retarían al Herediano con una zaga reforzada. Lo segundo, el gol de penal que finalmente les dio la victoria, fue más bien una casualidad de la cual supieron obtener provecho.
Los rojiamarillos se cansaron de golpear el dique ramonense. Pero como es bien sabido, jugar al ataque no es sinónimo de éxito, si tal verticalidad no va a acompañada de brújula a la hora de encarar la portería oponente.
Al Team le sobró pirotecnia pero le faltó contundencia. Un partido de futbol no se gana atosigando al adversario con balones al área. Este deporte exige precisión y claridad, dos valores que los florenses no lograron exhibir.
En cambio, Ramonense alcanzó un notable 50 por ciento de efectividad: convirtió en gol una de sus dos únicas llegadas. La otra fue un disparo de Gerald Drummond propiciado por un error del árbitro, quien obvió una evidente falta del delantero visitante.
En blanco. Herediano buscó trazar líneas desde el centro del medio campo, con Rigoberto Jiménez, y abrir la cancha con Leonardo González y Marvin Angulo, en misión de carrileros ofensivos.
Los volantes centrales Félix Montoya y Bryan Orue también tenían licencia para sumarse al ataque, liberados de tareas represivas por el poco trabajo que les dio el medio campo poeta.
Sin embargo, el espacio frente al área ramonense era una zona de tolerancia cero. Nadie obtenía visa de ingreso, y quien tuviera la osadía de intentar una aventura con pelota dominada terminaba con dos custodios encima.
En eso transcurrió todo el partido. Incluso cuando Herediano se quedó con solo diez hombres.
Por ahí, Ramonense fabricó una acción de peligro al final del primer tiempo y se encontró su gol. Es un mérito gigantesco: lograr una anotación cuando las prioridades son defensivas.
El banquillo florense trató de ajustar la partitura para el complemento. Marvin Angulo dejó la banda y se pasó al centro. Pero no hubo remedio: el candado poeta se hizo cada vez más grande. Y lo poco que se le escapaba a los zagueros culminaba con algún remate lejano, por la escasa puntería local.
Fue uno de esos partidos donde queda la sensación de que pudieron haber seguido jugando 90 minutos más y el gol jamás hubiera caído en la portería visitante.
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