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No hay dudas: el clima cambia. Las voces se han elevado para anunciar y denunciar, inequívocamente, que la atmósfera se está calentando y que, según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés http://www.ipcc.ch/pdf/assessment-report/ar4/syr/ar4_syr_sp.pdf), en su mayoría se debe a las emisiones antropogénicas de gases, vapores y partículas de efecto de invernadero (GVP-EI).
A la luz de las evidencias, no se puede dudar de que el clima esté cambiando, de que esto traerá consecuencias sobre el ambiente, los recursos naturales y la vida humana y de que, por lo tanto, hay que tomar medidas para cambiar la situación.
El efecto de invernadero se originó cuando se formó la atmósfera en nuestro planeta hace alrededor de 4.600 millones de años. Ha variado paulatinamente por la acumulación de las emanaciones volcánicas y aportes astronómicos (cometas, meteoritos, gases de atrición).
La evolución de su composición también ha dependido de la radiación solar y cósmica y de los cambios geotectónicos y telúricos que hacen variar el eje de rotación y campo magnético terrestres.
Por otra parte, la insolación, regida por la oblicuidad, excentricidad y longitud del perihelio, y la precesión (variación de los ciclos estacionales producidos por los movimientos retrógrados de los puntos equinocciales; intersección del ecuador con la Eclíptica), en virtud de los cuales se presentan los equinoccios, definen los ciclos de Milankovitch, en honor del ingeniero y astrónomo serbio que los estudió y descifró. El estudio de los núcleos de perforación en el hielo antártico (Vostok-d180) y Groen-landia, y el análisis micropaleontológico (foraminíferos bentónicos, dendrocronología, palinología) han reconfirmado la hipótesis de Milankovitch.
Los altibajos de la radiación solar coinciden con la impronta en los marcadores termo-biológicos y del hielo glaciar. Esto quiere decir que la parte natural del efecto de invernadero, cambio climático, calentamiento global, enfriamiento global y variabilidad climática, han acompañado a nuestro planeta y a la vida que en él se ha desarrollado, desde siempre. De ello hay numerosas pruebas contundentes en el registro estratigráfico y paleontológico.
La raíz del problema. Al haber dos orígenes distintos –natural y humano– deben definirse igualmente dos estrategias para enfrentar el calentamiento global. No hay duda de que para enfrentar el de origen antropogénico las medidas deben ser: antropogénicas. Con respecto al de origen natural, se debe saber poner un límite a las acciones, pues no se puede tener la ilusoria intención de combatir a la Naturaleza.
El asunto se traduce en comprender cómo se establecen los equilibrios y desequilibrios termodinámicos inducidos por esas casi 100 partes por millón (ppm) de CO2, más las otras 75 ppm de otros GVP-EI (CH4, SO2, NOX NH2, O3 troposférico, hollín, cloro-fluorocarbonos) introducidos por la actividad humana y que "guardan" la energía calórica de la radiación solar (Wm-2).
Tómese en cuenta que existen otros GVP-EI que más bien la “repelen” y por lo tanto “enfrían” la atmósfera (O3 estratosférico, sulfatos metálicos aerosoles, albedo: antrópico y reflectividad de nubes, hielo y nieve). El equilibrio termodinámico de la atmósfera se rige entonces por el balance de algunos elementos que la calientan y otros que la enfrían. En condición normal, debería haber un balance energético en “ceros” según el “datum” natural, como por ejemplo el que había antes de la Revolución Industrial (S. XVIII, Era Común-EC) cuando el tenor de CO2 era de alrededor de 280 ppm, mientras que en el presente es de casi 390 ppm.
De acuerdo con las mediciones realizadas por organismos certificados desde los años setenta, la temperatura global ha aumentado alrededor de 1ºC, un poco más en el hemisferio norte, un poco menos en el hemisferio sur y un poco menos aún en los océanos. La situación es realmente preocupante.
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