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Don Armando González toca un tema sen sible en su columna "Yo pecador" ( Entre líneas, 15/11/09): los “pecados” del periodismo que se nutre de la humillación del caído en desgracia. Este tema tensa nervios vitales, que enlazan la ética con la libertad, dado que ambas no pueden existir la una sin la otra. Si la ética es violada, es imposible hablar de libertad, porque en el momento en que el ser humano ataca lo correcto, o consiente que la ética sea mancillada, está dando un paso hacia la opresión. Así comienzan las dictaduras.
A pesar del pesimismo absolutista, después de ver los horrores del Estado totalitario, es difícil pasar por alto a Hobbes: el hombre es el lobo del hombre.
De igual manera, cualquier acto contra la libertad sacude la ética, porque quien la restringe se está descalificando a sí mismo frente al deber ser de las cosas: que todo humano es y debe ser libre.
Los enemigos de la libertad desatan fuerzas que más les valdría no haber invocado ni tocado, porque terminan siendo víctimas de la Tercera Ley de Newton: toda fuerza produce una fuerza igual, en la dirección contraria.
Delicada dicotomía. Con ese cuadro kármico y newtoniano, nos encontramos con una hermosa y delicada dicotomía: la libertad y la prensa, que son causa–efecto una de la otra, por lo cual me resulta imposible distinguir cuál va primero. Si la prensa es libre, es porque hay libertad; si hay libertad, es porque hay prensa libre. Los órganos públicos de control están concebidos para actuar en un ambiente muy definido y reducido, limitados por el principio de legalidad: solo pueden hacer lo que está autorizado. La prensa, en cambio, actúa bajo el principio de autonomía de voluntad: puede hacer todo lo que no esté prohibido.
¿Quién puede y debe investigar donde el Estado no puede ni debe? Una prensa responsable y libre. Por más que haya un elaborado sistema político de frenos y contrapesos, las libertades públicas en realidad son sostenidas por una prensa libre que pueda ir, buscar, sonsacar, informar y preguntar, ahí donde los demás no pueden o no quieren. Nuestra libertad está sostenida por el trabajo cotidiano de héroes anónimos: fiscales, jueces, agentes del OIJ y periodistas que mantienen a raya a esos lobos que tratan de devorarnos todos los días. La prensa realiza una función vital, porque es quien dirige un sistema de rendición de cuentas, muchas veces más rápido y efectivo que el de los sistemas formales. Yo me siento tranquilo porque hay periodistas, que son ese muro donde chocan corruptos y criminales por igual.
Es obvio que eso otorga un gran poder a los periodistas, que deben caminar sobre la cuerda floja que los guía hacia la verdad, la ética y la libertad. Un mal paso, y caen en la difamación de inocentes: “el que me quita el honor, me lo quita todo”, nos decía Shakespeare en El mercader de Venecia . Para asegurar la justicia, a veces lo correcto es callar porque hay verdades que manchan a inocentes, que no son responsables de los malos pasos de un pariente. El uso del poder de la prensa requiere, entonces, el ejercicio de la sensatez y sana autocrítica sobre las dimensiones y consecuencias humanas de lo que se está descubriendo y revelando a la opinión pública.
La prensa responsable debe discernir entre la investigación de interés público y el dolor humano que se genere a las familias inocentes de los investigados. Majar y humillar al culpable, más allá de su culpa, escapa a los fines de una prensa libre, porque la verdad no puede sostenerse sobre el dolor y la injusticia.
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