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El nuevo gobierno quiere acercarse más a Centroamérica y tener una mayor presencia, liderazgo incluido, en el proceso de integración regional. Si la intención cuaja, nuestro país hará, una vez más, un movimiento pendular hacia el resto del Istmo: a una época de relativo distanciamiento (Arias Sánchez) le seguirá una de activo involucramiento (Chinchilla). Estas oscilaciones, una especie de "ley de hierro" en el comportamiento tico hacia Centroamérica, reflejan un problema de fondo: no sabemos lo que queremos con la región.
Decimos que somos los “otros centroamericanos”, los distintos al resto. Tenemos hasta una mitología sobre la Suiza Centroamericana, una especie de pedacito de Europa mal parqueado. Pero ¿qué consecuencias tiene definirnos así en la manera como participamos en la región? Sorprendentemente, a la hora de abordar este punto, patinamos feo. Ni la Cancillería ni nadie ha planteado una doctrina para guiar nuestras acciones en la región. Todo queda al calor de los impulsos de los de turno.
Que somos un actor centroamericano, es un dato ineludible. La geografía se nos impone, los lazos históricos están ahí y tenemos un activo intercambio comercial con la región, el cual supera los 1.600 millones de dólares anuales. Sin embargo, el puro dato no alcanza a definir la cuestión verdaderamente relevante: ¿Qué queremos hacer en Centroamérica? ¿Queremos ser líderes? Si es así, ¿qué tipo de líderes podemos ser? ¿Uno que se “eche al hombro” al resto o uno más acotado, que utilice su influencia para obtener ciertos resultados? Si, por el contrario, lo del liderazgo no nos interesa, entonces: ¿qué queremos?
Estas interrogantes pasan por precisar esa cuestión medio elusiva que se llama “interés nacional”, el beneficio que como país esperamos obtener en Centroamérica. Ese interés tiene componentes defensivos (las cosas que queremos evitar que sucedan) y ofensivos (las cosas que esperamos desencadenar para nuestro provecho). A lo largo de los años, y de manera más o menos consuetudinaria, el país ha perfilado intereses defensivos: evitar que los problemas de los vecinos nos quemaran el rancho. Sin embargo, no hemos ido más allá, lo que constantemente nos ha situado en una posición reactiva: actuamos si la mano viene fea; de lo contrario, nos quedamos quediticos. Algunas veces, empero, nos azota la calentura de querer cambiar al resto a nuestra imagen y semejanza, como si pudiéramos. Así que vuelvo al inicio: ahora que se habla de volver los ojos a Centroamérica, digo: “perfecto, pero ¿para qué?” Más que buenas intenciones, necesitamos buenas razones. Y realistas, agrego.
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