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A mí me gustaba jugar Petrodólares. Tiraba los dados tres veces y era dueño de Egipto, Ecuador y Argelia. Con un poco más de suerte, caía en Arabia Saudita o Irán.
Por alguna razón, en el barrio solo teníamos Petrodólares, no Monopoly ni Gran Banco. Uno se convertía en jeque, alquilaba plataformas petroleras (inofensivas, no como las de BP) y ponía a pagar a los amigos aquellos coloridos billetes de mentiras.
Era como un pequeño curso de geografía y de administración de empresas. De acuerdo con la esencia del juego, siempre alguien se iba a la bancarrota, por azar o por malas decisiones. Y entonces había riesgo de que se presentaran odiosos acuerdos: uno de los "millonarios quebrados" de repente le heredaba sus propiedades hipotecadas a otro jugador, junto con el poco dinero que le quedaba. A veces vetábamos la operación, si el compadrazgo era muy descarado.
Otras veces alguien decía “Ya no juego”, porque lo llamaba a comer la mamá o estaba a punto de empezar algún programa en la tele. A los demás no les caía nada bien semejante informalidad, con la sesión en plena efervescencia.
Uno se hacía experto en el trueque: para completar un grupo, había que intercambiar países, calcular el valor facial, comparar los precios. De repente uno cedía dos países de América para ganar posición en Oriente Medio. O se deshacía de alguna baratija para ganar efectivo y poder pagarle al banco.
Recordé aquellas largas sesiones de Petrodólares hace unas semanas, cuando el campeonato de Invierno estaba por empezar y se dio el conocido “cambiazo” de equipos: uno pasó de Segunda a Primera y otro de Primera a Segunda, como si fueran aquellos cartones con los nombres de los países que pasaban de mano en mano en medio de Picaritas y refrescos.
El futbol de Primera División no puede ser tratado como un juego de mesa. Le resta seriedad y erosiona la credibilidad de aficionados y patrocinadores. La burla es peor para los clubes de Segunda: para qué jugar un año completo, invertir, sufrir, soñar, si al final cualquiera puede entrar por la ventana.
Nos damos por enterados de que en el balompié profesional de este país una misma persona o grupo de interés puede comprar dos equipos en la misma liga, aunque en el papel aparezcan dueños y presidentes distintos. Solo en la Unafut se tolera algo así. En el Petrodólares de mi barrio, los chiquillos de 12 años jamás lo hubiéramos permitido.
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