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Don Armando Quesada me muestra una lista con unos 15 nombres escritos a mano y tachados con una línea, todos menos uno. "El único que queda vivo de este listado soy yo", me dice. Tiene 88 años y es –hasta donde él sabe– el último piloto vivo de la primera generación de aviadores comerciales que sobrevoló los cielos de este país.
Don Armando ha llegado a esa etapa de la vida en que los funerales de amigos comienzan a coleccionarse. Me lee los nombres que tiene escritos: “Otto Escalante, Guillermo Núñez, mejor conocido como el Macho Núñez, Fernando Araya, el famoso Muñeco …” repite los apodos como para que con los años no se le olviden.
Después me enseña sus fotos de cuando era joven. Todas con trajes de aviación y un rostro del que ahora solo conserva ciertos rasgos. Las imágenes delatan un peinado que ha mantenido por años. Lleva el cabello engomado y echado hacia atrás: intacto. Era el galán irresistible.
Sin embargo, la mujer de su vida fue especialmente una, Consuelo Dobles, con quien se casó poco tiempo después de comenzar a pilotear. Ambas cosas las hizo con la mayoría de edad apenas cumplida.
“Antes se comenzaba a buscar oficio desde muy joven”, cuenta. Hizo un entrenamiento que le tomó algunos meses y el 23 de junio de 1945, con 19 años, despegó por primera vez del aeropuerto en La Sabana. Ese día voló sus primeras tres horas como piloto comercial de la recién inaugurada Lacsa, la primera aerolínea comercial del país y para la cual trabajó por más de 40 años.
Para entonces, quien salía del país aparecía en el periódico, usualmente en las páginas de la sección de Sociales.
Amigos comunistas
–¿Y conoció a alguien famoso?– le pregunto.
–A este– me dice. Se saca de la bolsa un llavero con una foto pequeñita del Che Guevara que parece más una estampita de santo.
–Fuimos muy amigos.
Don Armando cuenta que lo conoció en Costa Rica el 2 de diciembre de 1957, pocos años antes de que estallara la Revolución en Cuba. Tiene una facilidad impresionante para recordar fechas exactas. Mientras lo hace, vuelve a ver al vacío, como si de allí surgieran los recuerdos.
Cuando se conocieron, el Che se encontraba de visita en el país y un piloto amigo los presentó en la barra de un bar. Ese día, cerraron la jornada tomando juntos y así comenzó una amistad de años.
Un par de veces aceptó la invitación del Che pidiendo aviones privados y volando por debajo de la línea que permitía a los radares captar la presencia de un vuelo.
“Ya estando en Cuba, él me paseaba por todo lado”, recuerda con una sonrisa.
“Una de las últimas veces que lo vi fue cuando pasó por aquí viniendo de África. Se le veía cansado y estaba muy enfermo de asma (…) Dijo que sentía que iba a morirse pronto. Recuerdo claramente cuando me advirtió: ‘Si no me matan, de una u otra forma me muero ahorita’”.
Un par de años después, recibió la noticia de la muerte de Guevara mientras él estaba en Miami.
Colores políticos
Don Armando afirma que nunca ha sido un hombre de pasiones políticas fuertes. Lleva la estampita del Che en su llavero y tiene pegada en la ventana de su casa una postal de la Oficina de Defensa y Cooperación entre Estados Unidos y Costa Rica. Durante la conversación repite varias veces que “a los gringos les debe mucho”, que ellos lo capacitaron y lo dejaron pilotear aviones inimaginables.
En una ocasión, conoció a la tripulación del Air Force One , el avión presidencial que salta de administración en administración con cada nuevo político que asume la presidencia estadounidense.
Mas cuando habla de política en general, asegura sin titubeos que “los gobernantes se han vuelto todos unos sinvergüenzas”. Alguna vez defendió la bandera verdiblanca, pero los años han hecho que no se reconozca más como liberacionista.
Armando fue uno de los pilotos que llegó hasta Estados Unidos para traer las armas usadas en la guerra civil a favor de José Figueres.
Sus habilidades le ganaron un espacio en la historia de la aviación costarricense. En su historial de accidentes aéreos, solo figuran dos: el primero en territorio extranjero y el último, el 30 de agosto de 1969. Don Armando iba como copiloto de un piloto aprendiz, cuando al cuatrimotor DC-6 le falló la rueda al momento del aterrizaje. La nariz de la aeronave chocó contra el asfalto del aeropuerto de Limón y ahí alzó algunas llamas.
La foto del accidente ocupó la primera plana de La Nación y la prensa señaló en titulares que la tripulación había sobrevivido gracias a la pericia de don Armando.
Aquella fue una de las únicas veces que él apareció en el periódico. No le gusta el contacto con la prensa y dice que seguramente esta entrevista que usted está a punto de terminar de leer, será la última.
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