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1924 EDICION NACIONAL DE LA TRIBUNA Página 53 ΕΙ El Guanacaste a mediados del siglo XIX a dados y, lo que es más repugnante para un extranjero, sin la menor preocupación de limpieza y salubridad. Es raro que en esas viviendas apartadas haya un cuarto habitable, y más raro todavía que tengan una cama y provisiones. El amo duerme por lo común en una hamaca, a la par del camastro de cuero del mandador y sus ayudantes, y los vaqueros se acuestan donde pueden, así en la pura tierra como sobre los ladrillos toscos que cubren la galeria externa.
Pasé dos días en una de esas inmensas vacadas sitas en las márgenes del Tempisque, uno de los rios más bellos del mundo. Su mandador, a quien pagaban cien francos al mes, era un hombre inteligente, alto, flaco, de barba negra y modales civilizados, a pesar de su existencia de Jefe de clan.
Los vaqueros siempre a caballo que le obedecian no eran más que bloques negros apenas desbastados, que sólo conocían sus rebalios y los árboles de sus selvas, pero a los cuales se podía pedir sin temor toda clase de servicios. Los daban treinta francos al mes y la comida por hacer el oficio de centauros. Esta comida consistia exclusivamente en tortillas, queso y tasajo, tiras de carne de buey, saladas y secados al sol, que ponían sobre el fuego al modo de los antiguos bucaneros. En una cocina abierta por todos lados había varias mujeres ocupadas en preparar estos suculentos manjares, que aquellas buenas gentes no habrían trocado por todos los platos famosos de la gastronomía parisiense. Dos de esas mujeres, encargadas de la sección de las tortillas, apenas daban abasto para la tarea de su laboriosa preparación. En toda América el maíz se muele todavía a mano, como antes de la conquista y en la misma piedra azulosa de cuatro patas que se encuentra en las sepulturas en Gran Hotel PENSION ITALIANA (Viene de la página 52)
sienten bastante seguros de su dirección para atravesar, sin perderse, las cuarenta leguas que separan esta capital en miniatura de la ciudad costarricense de Esparza. Antiguamente se evitaba es te viaje aventurado bajando por el valle del TemDisque hasta su desembocadura, en el golfo de Nicoya, y embarcándose en cualquier punto para Puntarenas. Yo mismo tomé esa via para recono cer el curso del Tempisque, del que algunas veces se ha tratado en los proyectos para cortar el Istmo; pero ahora ninguna embarcación aguarda al viajero en aquellas playas desiertas; ni siquiera cuenta con ningún refugio para el caso de des.
gracia. Por lo tanto la prudencia exige ponerse en manos de la Providencia, representada por un arriero, y resignarse a caminar durante algunos dias bajo bóvedas impenetrables, o a lo largo de sabanas arcillosas abandonadas a los rebaños, lle vándolo todo consigo so pena de morir de hambre.
Cierto es que hay otra pequeña aldea llamada Bagaces, ocho leguas más allá de Liberia; pero una vez que se ha pasado por ella, casi toda comunicación humana queda suspendida. Las estaciones están indicadas por haciendas aisladas o por ranchos solitarios. Ríos innominados, casi todos paralelos y cuyas arenas cuajadas de lentejuelas piritosas brillan al sol como si fuesen de oro, detienen al viajero cada cinco o seis leguas para buscar un vado de dos o tres pies de agua. Tan solo a costa de fatigas abrumadoras se recorren las etapas, sobre todo las dos últimas por entre troncos de palmeras de 150 pies de altura y apretados como las espigas de un trigal. cuando viniendo de esas profundidades vegetales se sale a la ancha carretera de Puntarenas, llena de luz y de vida, la satisfacción que se experimenta, a pesar de las maravillas del camino recorrido, se parece un poco a la del náufrago que llega al puerto.
El Guanacaste es por consiguiente un país casi virgem, como las diez y nueve vigésimas partes de la República. Está dividido en treinta o cuarenta propiedades más grandes que principados alemanes, cuyos dueños han sido siempre los partidarios más resueltos de la anexión a Costa Rica. Estas haciendas, como las de Chontales, sólo están ocupadas por millares de reses vacunas y caballos que pastan en plena libertad en sus desiertos, bajo la vigilancia de un mandador asistido de treinta vaqueros. No hay que pedir a sus habitaciones las comodidades y la organización interna de nuestras residencias rurales. Rara vez visitadas por sus propietarios, quienes por otra parte se contentan con poco aun en las ciudades, son grandes edificios de adobes sin simetria, sin orden, descuiHabitaciones higiénicas y amuebladas con todo confort indias. Es una preparación elemental fatigante, muy dispendiosa y poco limpia, de la que sólo se explica la permanencia en ciudades como Granada y León, por ese misterioso poder de la rutina que desconcierta todos los cálculos.
En cuanto al tagajo, para secarlo lo suspenden de palos transversales colocados frente a la galería externa, casi del mismo modo que se cuelgan los chorizos en una salchicheria, y su asyecto repugnante, evidente suciedad y la cercania de los zopilotes no provocaban mucho a comerlo, Esos buitres horribles de cuello rojo estaban siempre emboscados en torno del corral formado de troncos de árboles, y cuando desaparecia el mandador caían en bandadas sobre los collares de carne, despedazándolos con sus picos impuros, hasta que llegaba un mozo a poner fin a la cuchipanda. menudo sus retozos glotones hacían caer el polvo los paquetes sanguinolentos. Los vaqueros loy recogian tranquilamente, volviéndolos a colgar, y no había más. No se tomaba ninguna otra medida para resguardarse de la voracidad de los zopilotes. Eran amigos de la casa, los encargados de recoger la basura y de hacer la limpieza general de la hacienda. Buen cuidado se tenia de no alejarlos con un tiro de fusil o de matarlos de cualquier otro modo. Eran más útiles que los peTros. Hasta desempeñaban las funciones de guardanes, encaramándose por la noche en un árbol que se ponia negro como ellos. No se podía prescindir de semejantes auxiliares, y era preciso ser muy disgustado para ponerse a pensar en la infección de su contacto con las tiras de tasa Jo, de que por otra parte el fuego purificaba todas las suciedades.
El amo mismo pensaba poco en ego Todo el dia se lo pasaba en su hamaca, comía en la galería casi las mismas cosas que sus compañeros, bebia agua pura o café insipido, azucarado con chancaca de color de tierra, y se acostaba a las siete de la noche, Dos veces al año llevaba o hacia llevar al interior del país una partida de cien a trescientos animales, vendidos de antemano, novillos y caballos, al precio de 100 a 200 francos por cabeza, mucho más caros, por consiguiente que en Nicaragua. Esta es la única industria del Guanacaste, como hace apenas diez años era la única de Chontales. No sé si proporciona grandes beneficos; pero tal como se ejerce, y seguirá ejercien dose durante largo tiempo todavia por falta de suficiente población, no devolverá a esta margen de golfu de Nicoya su antigua prosperidad, a menos que al convertirse el canal interoceánico en el limite de la meseta del Sapoá, haga cambiar instantáneamente el curso de sus exportaciones y los destinos mismos de la provincia.
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