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Página 74 EDICION NACIONAL DE LA TRIBUNA 1924 LA LEYENDA DE LA PARROQUIA Al Lic. Don ARTURO VOLIO suficiente para resistir la tremenda sacudida, y por distintos sitios las paredes se agrietaron, hendiéndose los sillares de piedra en sus junturas de argamasa y cemento. Por segundit vez, los fieles cartagineses veían frustrado su intento de hacer el templo parroquial de la ciudad en aquel sitio: otra ocasión, ya al concluirse el templo, al igual tras el pájaro noctámbulo va volando de uno a otro hueco, una vieja leyenda, una tradición que narraban, al amor de los tizones del fogón hogareño, viejos habitantes de la provincia: es cuento de la época colonial ene se fue repitiendo y desfigurando en los labios de los sucesivos tradicionalistas. Dicen que aquí, en la puerta de enוח La luna, medio velada, ilumina suavemente los rainosos muros de la parroquia de Cartago: esta fuz tan tenue que hace a la errante neblina parecer como un difuso algodón, finge como si llorara sobre los muros de recio granito, donde la yedra empieza su obra de tapizadora, de artista y de poeta que, con sus hojas verdes, borda, sobre todas las ruinas, la flor de las leyendas viejas y pone en ellas una vaga y melancólica sonrisa de pasado.
la ciudad, esta ciudad de Cartago tan severa y tranquila que a pesar de sus transformaciones y de vivir tan con la época no ha podido desprenderse de cierto aspecto de arcaico aristocratismo y vieja adustez, está silenciosa como el claustro de un convento; a veces resuenan, sobre las aceras embaldosadas, los pasos rítmicos de un hombre que su aventura por las calles desiertas o se escucha el eco del lejano trotar de un caballo que se aleja y cuya silueta se esfuma alla, en el final de la caHe, borrada por el algodón de la niebla blanca de Inna.
Con cierta emoción trasponemos los muros de la ruinosa iglesia que no se concluy6: hay dentro de nosotros algo que se asombra una vez que hemos penetrado al recinto encinturado por los sillares de granito de las paredes: aquí el silencio es más hondo y los ojos escrutan con avidez por los rincones donde las sombras se acurrucan, esperando encontrar no sé qué vanas quimeras, no sé qué visiones de leyendas, no sé qué cosas raras de ilusión y de encantamiento.
Los muros se levantan con la severa imponencix de la piedra silenciosa, suntuosa y aristocrata: en ráfagas pasa el viento del este, frio y cortante y mueve las enredaderas que cuelgan en los arcos de las ventanas y las puertas, despertando en ellas un ligero murmullo y poniendo en las hojas veriles, sembradas de campanulas blancas, temblores terviosos. Pesmunteando los muros con el hilo invisible de su vuelo una lechuza va pasando alreTedor de la arruinada fábrica, entrando por el ojo de una ventana, saliendo por el de una puerta, volviendo a entrar.
Sobre nuestras cabezas se abre la curva gris del cielo nublado: no llegaron los cartagineses a ver su templo concluido, cerrado con artistico techo; cuando ya los muros se terminaban, cuando iba a empezarse la labor de la techumbre y su artesonados que segun los diseños sería obra complicada y hermosa, vino el espantoso cataclismo de 1910. La parroquin en construcción, aquellos naros de granito, aquella arquitectura que tiene el aspecto de obra formidable, no tuvo fortaleza que las manos del eclesiástico se tiñeron con su gre, dede que los dedos de aquellas manos, con sagrados para el divino oficio eucaristico de ben.
decir y elevar la hostia blanca y santa, en vez de hacer el gesto ritual, se agarrotaron fieramento sobre el pomo de un puñal que brill6 trágicamento a la luz de las estrellas mortecinas y lejanas, y se hundió sobre el pecho de un hombre, desgarran.
dole la carne, haciéndole saltar la sangre en cas lientes gotas y arrebatándole la vida. Así es la leyenda; hay quienes la repiten con lujo de detalles, hablando de la dama y sus devaneos, contando cómo eran de bellos sus ojos negros, como era de henchido su busto, como de flexible su talle y cómo de frescas las rosas que florecían en sus me jillas; como las heroína de las narraciones galan.
tes de los tiempos de Felipe II, la dama de esta historia engañaba a su marido, setentón y achacoso, con el fraile confesor y el apuesto rez do las milicias reales, concurriendo, tapada y misteriosa, a las citas furtivas; y como aquéllas, tuv en sus coqueterías el epílogo novelesco de un crsmen y de una maldición eterna.
Pero. qué hay de cierto en la leyenda? No habrá sido ella el invento de un conversador de buena cepa que en un feliz momento de imaginación la fue armando para solaz y complacencia de los contertulianos, entre los cuales había lindos rostros de damas y nobles expresiones de viejos hiddgos?
Aquí, dentro del recinto amurallado del templo que no llegó a terminarse, nada hay que recuerde la leyenda trágica; nada, ni una cruz, ni una inscripción, ni an fantasma que hayan visto los ojos medrosos. Al contrario, aquí parece que nunca hnbo vida, tal la paz que impera en estas ruinas llenas de silencio, sobre cuyas piedras empieza a correrse un manto de musgo y uma invasión de ye.
dra milagrosa. Todo habla de paz: el granito de los sillares, la cruz tallada en la piedra, la moldura de un arco, la cabeza de un angel escnlpida en la ventana. Silencioso el sitio donde iban a levantarse las torres que debieron albergar las campanas sonoras, el lugar que debió ocupar el órgano armonioso de potentes bajos y claros agudos y el que debió ser altar mayor y sancta sanc torum del templo suntuoso. Sólo de vez en vez, entre la niebla que va espesándose y va borrán: dolo todo. confundiéndolo en una opacidad uni forme, suena el silbido de la lechuza que va pespunteando los muros con el hilo invisible de sm vuelo.
JOAQUIN VARGAS COTO que en 1910, la naturaleza había arruinado la obra; todos los sacrificios hechos, todo el esfuerzo y la fe acumulados en levantar el sagrario, fueron destruidos. Se volvió a reemprender la obra y volvieron las fuerzas ocultas de la Naturaleza a sobreponerse y dominar al esfuerzo y al deseo de los hombres.
Recordamos, en presencia de estas ruinas, mientrada del viejo templo que fue en Cartago el primer santuario que albergó la piedad vecinal, por rivalidades de amor, una noche oscura de la cnpital de la colonia, cuando no había alumbrado alguno en las calles, un fraile cosió a puñaladas a un hombre. Desde ese infausto momento pesa sobre el lugar una maldición; desde entonces no ha habido más santuario, ni lo podía haber, desde SOCIEDAD ANONIMA CREDITO AGRICOLA DE CARTAGO Capital y Reservas: 586. 558. 55 CARTAGO, COSTA RICA Recursos por más de: 200. 000. 00 Solicitamos sus Negocios Bancarios en la Provincia de Cartago RECIBIMOS: PRESTAMOS AGRICOLAS COMERCIALES Depósitos en Cuenta Corriente (INTERES: ANUAL)
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