Guardar

que La pobreza de Ilke, en cambio, recuerda la de los cómicos de la legua, la de los juglares, la de los actores que desde tiempos inme moriales trashuman por los caminos del mundo haciendo reír o llorar a las gentes.
De una simple carreta, en la que reconocí de inmediato el resonar alemán de la madre Coraje, Ilke empieza por extraer un viejo paraguas negro y raído en el mete la mano hasta sacar un pico por la copa, convirtiéndolo de este modo en un cuervo.
El cuervo, como nosotros, se enamora inmediatamente de ella y la despoja del sombrero, el chal, los guantes, mientras Ilke se defiende como puede y el obstinado animal pretende desnudarla.
Ella huye, el pájaro se da por vencido al no encontrarla, y de pronto Ilke regresa ofreciendo su amor y su cuerpo a lo que ya no es más que un viejo y negro paraL guas raído.
Dusik George Grosz Saludos desde Sajonia (1920) E Después, y durante muchos años, Berlín se alejó de mí hasta que, ya lo dije, regreso de la mano del cine y de la literatura. Más tarde, con el triunfo de la revolución cubana, la vieja capital de Prusia se hizo un punto de referencia común para muchos cubanos.
Yo la visité por primera vez en 1975, procedente de Leipzig, a donde había ido con motivo del festival de cine.
La ciudad estaba dividida y para mí, cubano al fin, se limitaba a la parte oriental.
Recuerdo un trozo de la siniestra muralla gris visto desde una perspectiva cercana a Unterden Linden. Del otro lado estaba lo prohibido, lo imposible.
Luego caminamos bajo los tilos hasta el escenario de una novela, Berlín Alexanderplatz, y allí mi amigo me explicó que la torre de televisión era tan alta no solo por necesidades técnicas sino también por razones políticas.
Con ella la RDA quería ser vista desde el otro Berlín. mostrar su poderío y su voluntad de permanencia. Entonces, el campo socialista parecía imbatible. Se daba por supuesto que nada podría alterar lo que en el abominable lenguaje de la época se llamaba la marcha de la historia.
Mi segunda visita a Berlín se produjo 14 años después, como invitado a un coloquio literario.
Yo estaba excitadísimo porque la invitación era a Berlín Occidental, o sea, a lo prohibido, adonde debía llegar desde Viena.
Mis comprensivos anfitriones terminaron enviándome un boleto de Viena a Berlín Oriental, la embajada cubana en la RDA cumplió con los trámites burocráticos y otro amigo me ayudó a cruzar el muro a través del mítico Check Point Charlie.
Era un verdadero experto en política alemana y durante el viaje a través de los dos Berlín no hablamos de otro tema.
Ya instalado en Berlín Occidental, pedí ver el otro lado del muro, que resultó ser algo así como la otra cara de la luna. Lo que allá era una barrera gris e intocable, acá se había convertido en el mural más grande y colorido del mundo. Pero no por ello dejaba de testimoniar una tragedia.
Especialmente si se le miraba con cierta perspectiva, desde una atalaya de madera situada en la zona de Tiergarten, parecía el horrible costurón de una herida enorme y mal cicatrizada en pleno rostro de la ciudad.
Pocos días después me trasladé a Madrid, donde mis amigos españoles me atosigaron con pregunA U Dan ganas de llorar, pero ella sabe perfectamente lo que se trae entre manos, deja el paraguas, saca una escoba y danza con ella una pantomima. La de una vieja que barre no solo la acera, sino también las barbas, los bigotes, el pelo de algunos mirones, mientras los demás estallamos en carcajadas que pronto dejarán de sonar.
Ilke ha vuelto a tomar el paraguas por cuya copa no asoma ahora el pico que lo convertía en un cuervo, sino el rostro seco de una anciana con quien Ilke baila como si se estuviera mirando en un espejo. Sí, se mira a sí misma, a su a propio futuro desdentado en una danza que convoca el horror de la inevitable muerte. Qué piensan, miserables, que van a escabullirse sin dejar un centavo en su sombrero? No. El rostro de la anciana con cuerpo de escoba mira ahora al sombrero vacío, al público, sin ocultar su irritación, y de pronto ella e Ilke parten hacia nosotros, los mirones, atrapan por el brazo a un hombre que pretendía marcharse, mientras una señala hacia el bolsillo, otra agita el sombrero, y el tipo, qué remedio, suelta unas monedas que la vieja muerde con avaricia. El sujeto era yo, claro, y respiré tranquilo porque Ilke y Berlín me ayudaron a ser generoso. tas sobre la situación alemana.
Les respondí con una especie de conferencia, puedo asegurar que pocas veces en mi vida he estado tan brillante y convencido al exponer una conclusión.
Era, no se me olvidará nunca, la noche del de noviembre de 1989, y mientras yo hablaba el muro estaba cayendo a pedazos.
Desde abril de 1991 vivo en la ciudad de Berlín, a donde llegué con mi familia como invitado del programa Artistas en residencia del Servicio Alemán de Intercambio Académico.
Al principio de este texto dije que a veces me sentía aquí como una golondrina en el polo; otras, sin embargo, estoy como en casa.
Supongo que la simpatía que en el fondo siento hacia la ciudad se debe a varias razones, entre las cuales prefiero destacar el talento de sus artistas populares.
Trabajan sobre todo en las amplias aceras de la Kurfürstendamm y en la hermosísima plaza del Europa Center Salen en primavera, como los pájaros, el sol, las flores y el verde de las plantas, como ellos nos alegran la vida hasta el otoño y también como ellos desaparecen no bien comienza el atroz invierno.
Practican virtualmente todos los géneros del espectáculo y de las artes plásticas: música, canto, baile, pantomima, títeres, pintura, dibujo y escultura humana.
La plaza está presidida por un monumento emblemático de BerA lín, formado por dos iglesias, una antigua y otra moderna. La antigua quedó en ruinas después de la Segunda Guerra y así permanece, como una herida permanente que invita a no olvidar, mientras la moderna la abraza, protege e ilumina, aludiendo al pasado y al futuro como un Jano bifronte.
Aquí los Hari Krishna entonan su obsesiva cantinela; frente a nosotros, bajo los árboles, un conjunto peruano hace volar otra vez el triste cóndor del exilio; un poco más allá los rusos les responden con la inagotable nostalgia de sus balalaikas; detrás, en pleno centro de la plaza, un grupo mixto de negros y alemanes percute sobre cueros de tambor y baila rememorando los ritos de las diferentes tribus antiguas.
Si cuando va a tomar el ómnibus tiene la suerte de encontrarla actuando, deténgase. Se llama Ilke Schonbein y es probable que si usted tropieza por la calle con ella no reparará en verla, pues su rara belleza no es espectacular.
Pero si la ve actuar le aseguro que no habrá de olvidarla jamás.
Lo primero que llama la atención es la pobreza de sus ropas y de los materiales con que trabaja, una pobreza franca y desnuda, en abierta contradicción con la carísima bisutería que exhibe la mayor parte de los paseantes en tarde de domingo y que resulta ser la misma que muestran con reiterativa obscenidad las tiendas del entorno berlinesco.
Jesús Díaz Humboldt Internacional Signos LA REPUBLICA. Domingo de enero de 1995 SECCION CULTURAL Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
Vi

    Cuban RevolutionSocialism
    Notas

    Este documento no posee notas.