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Magia y transculturación en el arte de bautizar

Si Juan Rulfo buscaba los nombres de sus personajes en las lápidas de los cementerios y Gabriel García Márquez en las guías telefónicas del Caribe, ambos se quedarían asombrados con las maravillas ocultas en los silenciosos archivos del Registro Nacional de Costa Rica.

Si Juan Rulfo buscaba los nombres de sus personajes en las lápidas de los cementerios y Gabriel García Márquez en las guías telefónicas del Caribe, ambos se quedarían asombrados con las maravillas ocultas en los silenciosos archivos del Registro Nacional de Costa Rica.
Una colección de más de 2.000 nombres insólitos, recopilados con paciencia de orfebre durante una década por José Manuel Morera, funcionario del Registro, recoge la evolución, la magia y la transculturación del arte de bautizar en la población costarricense.

En este último apartado aparecen nombres impronunciables, seleccionados en agosto del 2001, como «Drhialay Mehir», «Aufernee Blackcup», «Basthinjunieth» y «Shardanny A- Queen» hasta otros inimaginables como «Lady-Sexy», «My Lady», «Lady Diney» y «Neurquirch».

Todos ellos responden a apellidos castizos como Delgado, Castro, Quesada, Flores y Fernández.

Guillermo Barzuna, catedrático de Literatura en la Universidad de Costa Rica e investigador de la cultura popular, con libros como «Caserón de Teja», explica que ese afán por escoger nombres relacionados con otros idiomas, y en especial con el inglés, son un claro ejemplo de la influencia de los medios de comunicación y del afán de las clases bajas por trascender su condición social.
 

«El nombre, primer ropaje que se le pone al visitante de la tierra, dador de existencia, identidad y fuerza individual, convoca hoy a una visión de mundo ajena a las condiciones de nuestra cultura», afirmó.

Pero esa identidad no solo sucede en la vida real, sino que también alcanza el mundo de la ficción, como le confesó García Márquez a la periodista colombiana Silvia Lemus, con motivo de una entrevista sobre «El Amor en los Tiempos del Cólera».

«Tengo un problema muy serio: si no encuentro el nombre exacto, no veo al personaje. Más adelante agregó: «Rulfo dice que él los buscaba (los nombres) en los cementerios. Yo, un poco más moderno, los busco en los directorios telefónicos del Caribe».

Barzuna, quien es autor del ensayo «Onomástica: transculturación y pérdida de identidad», expresó que «la influencia de los medios  de comunicación se aprecia en el nivel del inconsciente individual y colectivo, porque la gente cree que llamarse «Maicoll» tiene más trascendencia que Miguel».

«La enajenación, por desgracia, ocurre sobre todo en los sectores más desposeídos. Es un renunciar al idioma nativo en busca del inglés como lengua, que otorga más pretensión de ascenso de clase». Por eso, añade, se dan casos como los de «William Guillermo», en el que William es el equivalente de Guillermo en español.

«A partir de 1960 se da un evidente proceso de sustitución de los nombres castizos por otros foráneos al español o de invención, que remiten a otras lenguas no romances. Son nombres provenientes de las pseudonovelas, de programas de la televisión o de interferencia con mensajes publicitarios», manifestó.

Por eso, «Hyundai (marca de carro), Givenchy (marca de un pantalón), Usnavy (marina de Estados Unidos), «Disney» (productora de cine), «Gerber» (producto para niños), «Mafalda» (famoso personaje de «Quino»), son nombres que ilustran la transculturación apuntada por Barzuna.

En la mayoría de los casos en los cuales los niños son bautizados con nombres extraños a la cultura a la que pertenecen, se da un proceso en el que la eufonía (sonoridad agradable que resulta de la acertada combinación de los elementos fonéticos de la palabra) es sustituida por nombres cacofónicos.

Ocurre cuando se apela a una combinación como «Warren Jonathan Otárola», «que suena horrible», aseguró.

La época que recogía la emoción de los padres, extasiados por el nacimiento de sus hijos, con nombres como «Preciosísima», «Luz Bella», «Alegría», «Perfecta», «Felicidades», «Genio», «Triunfo», Adoración», «Clara Luna», «Amanecer», Clara Estrella», «Lucecita», Lírica», Digna Corona», «Corona Gloria», «Poema», «Cielo», «Milagrito», «Nube Luz», está hoy fuera del imaginario costarricense.

Igual sucede con los nombres de corte religioso, como «María de los Cielos», «Luz Divina», «Santa Natividad», «Pedro Santo», «Jesús de Nazareth» «Virgen María», «Juana de Dios», «Ave María», «Inmaculada»,»Santito», «Sagrario», «Espíritu Santo», «Sacramento de Jesús», Dios Ani Mirta, Dios Dedit y Diosa María.

En la lista también se encuentran nombres que parecen sacados de las páginas de la ficción y con los que Rulfo y García Márquez, quizá, se hubieran deleitado: «Estrella Rosa de las Piedades», «Judas de San José», «Magdalena de la Eucaristía», «Diega Diamantina», «Nicolás del Tránsito», «Pablo Faraón», «Perfecto Napoleón», «Plácida Cruz», «Sérvulo Segundo» y «Yelmo de la Traba».

  • Jose Eduardo Mora 
  • Cultura
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