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Ahora que se avecina otra contienda electoral, al no alcanzar don Abel un poco más del 40% de los votos, tal y como lo establece el artículo 138 de la Constitución Política, vuelven los dos partidos tradicionales a ser protagonistas. Sin embargo, lo novedoso es la conformación de la Asamblea Legislativa que obligará a una práctica inusual: una cultura fundada en la negociación y no en el arribismo electorero.
El compromiso aludido lo tienen que asumir los minoritarios: PAC, Libertario y Renovación Cristiana. El PAC tiene un desafío extraordinario: hacer efectiva la «agenda» de su candidato, es decir, asumir y poner en práctica el discurso político de la campaña electoral, un buen termómetro para darnos cuenta si es un real convenio con los menos favorecidos o una estrategia más de hacer política.
En el caso del partido Libertario, se sabe que finge ser un abanderado de las causas populares, pero representa la vieja receta del liberalismo; innovación que encuentra eco en el sistema de creencias de liberar la economía, la dolarización, apertura de monopolios y los deseos de designar al Estado como un buen gendarme. Y Renovación Cristiana seguirá jugando su papel desteñido sin más aspiraciones que acomodarse al vaivén de las aguas.
Los tradicionales continuarán con el mismo estilo de hacer política: cruzadas para salvar la economía, sacrificios para sacar al país del subdesarrollo, «socarse» la faja mientras pasa el tiempo de las vacas flacas y un rosario de etcéteras que reafirmarán la piedra política de Sísifo de cada cuatro años. Ese es el momento del PAC: retórica o práctica, consulta popular o «entretelones». Y por supuesto, dejar el añejo discurso de la guerra fría de no permitir en sus filas a gente de izquierda. En todo caso, ¿cuál es la lección histórica que se puede extraer de la unión entre la Iglesia (monseñor Sanabria), el Partido Comunista (Manuel Mora) y el representante de la oligarquía (Calderón Guardia) en torno al proyecto social que marcó el desarrollo del país y que continúa vigente?
Y hubo un gran perdedor: Fuerza Democrática que se hundió o lo hundieron; se desgastó en una lucha interna por el poder, por la ambición desmedida y ahí sí, la prensa exhibió sus vergüenzas y sus dirigentes cayeron en el juego político cuando se perfilaba como una tercera opción, y sin más le dejaron abierta la puerta a la derecha decimonónica. Pero la sorpresa mayúscula se la llevaron los gurús de la política, los periodistas, analistas que buscan, indagan a través de la DIS y el CIP qué fue lo que ocurrió con la segunda fuerza electoral: el abstencionismo.
El escepticismo político de los electores debe leerse como una forma de protesta contra el sistema carnavalesco y el populismo desmedido; contra las promesas incumplidas de cada cuatro años; contra el estilo vulgar y soez de hacer política (caso de Ottón Solís y de un político de las cúpulas -circula un panfleto anónimo, por correo electrónico, donde supuestamente está implicado en el asesinato de Parmenio Medina-); contra la prepotencia de los funcionarios públicos de no rendir cuentas y ofenderse cuando estas se les exigen; contra el saqueo de las instituciones y la ausencia de sensibilidad social.
En todo caso, seamos optimistas y reivindiquemos la solidaridad y el juicio crítico, para que no hagan «huaca» de las apetecidas instituciones de salud, ICE, Bancos…
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