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El desparpajo y la polémica aderezaron la vida y la obra de Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura recientemente fallecido.
“La muerte es una vulgaridad, la gente le tiene mucho miedo y yo no me lo explico. Es absoluto, todos los seres que han nacido han muerto. Es una falta de originalidad absoluta y a la gente le estremece. A mí la muerte no me estremece nada, cuando llegue, llegó y se acabó.”
Y la muerte llegó. Quizás para recordar a don Camilo José en este trance, ocurrido el 17 de enero de este año, quepa mejor recordar los versos de Antonio Machado: Amó “cuanto ellas puedan tener de hospitalario”.
Más que el gran escritor español y premio Nobel de Literatura, el autor de La Familia de Pascual Duarte, es referido constantemente por sus manifestaciones, exabruptos y sentencias. Irreverente como Valle Inclán, agudo como Borges y refunfuñón como un ogro, Cela ganó muchos simpatías y generó muchos más anticuerpos. No obstante, su obra es incuestionable.
Desde una dedicación profunda al ser español, reflejada en una observación detallada, casi científica, de la cotidianidad y hablar popular, Cela construyó personajes, actitudes y giros lingüísticos que le permitieron alcanzar visos de universalidad.
Como Borges, Cela es problemático y polémico por antonomasia. Jamás cuidó sus palabras y por el contrario reclamó el fluir del discurso, sin el corsé de las academias.
Es memorable su personaje en La Colmena, como un inventor de palabras. En la película de Mario Camus, es el mismo Cela quien interpreta al inventor, con lo cual hace uno de sus típicos guiños, que a la vez es un desafío.
Como miembro de la Academia de la Lengua Española, insistió en defender vocablos considerados vulgares y siempre apeló a que no se reprimiera la palabra.
Desde un perspectiva formal, Cela fue un escritor comprometido con su obra, más allá del lector, y mucho más lejos de la crítica. Afirmaba que “La familia de Pascual Duarte”, que ronda las 300 ediciones, la escribió sin afán de publicarla.
Vociferó contra el éxito y el reconocimiento, pero los disfrutó cada vez que le llegaron.
Una persona debe decir lo que piensa, aunque no piense mucho lo que dice, tal parece ser el sino ético de don Camilo José, quien con su depilada lengua embestía furioso hasta contra sí mismo con tal de defender alguna expresión descabellada que se hubiera dejado decir en un arrebato de ligereza.
Sus antagonistas lo acusan de pedante, contradictorio, incongruente y charlatán; sus simpatizantes lo rescatan como satírico, crítico, directo y comprometido con su labor y consigo mismo.
Sería necesario hablar más de su obra que de la persona, pero en este caso el ejercicio es difícil. Sus novelas, género por el que manifestó siempre predilección, aunque cultivó los otros, son poco difundudas en Latinoamérica y aún en los ámbitos académicos, con dificultad pasan del estante al ensayo o al aula.
No se trata de una obra de gran complejidad, por el contrario es clara en el lenguaje y estilo.
Cela quiso hacer de lado la pirotecnia literaria en favor de la eficacia del lenguaje. Sin embargo, rescató, apoyado en la tradición, la belleza de la palabra llana y la descripción directa.
Afirmó en muchas ocasiones que no tenía interés por el lector, y que no destinaba sus obras a nadie. Incluso se jactaba de no haber leído sus propias creaciones. “Me limito a escribirlas”, decía.
Es desparpajo para tocar algunos temas provocó constantemente reacciones en su país. Le gustó jugar al niño malo, al viejo sibilino, pero nunca al erudito bonachón y gentil.
Al igual que a otros intelectuales de su talla, le embargó un escepticismo sobre la visión romántica de las artes y de los artistas. De ahí posiblemente que definiera a sus contrincantes en el snobismo y diletantismo, que acapararon el mundo cultural artístico del siglo XX.
A ellos les cayó mal y se lo cobraron cada vez que pudieron.
Cela no fue un autor coplaciente, al menos como persona, porque su obra y los miles de lectores en el mundo, parecen afirmar lo contrario.
En sus propias palabras: “El papel del escritor en este valle de lágrimas es levantar el acta de lo que ve, es una especie de notario de su ciclo.”
De ahí que no tuviera reparos para criticar las poses de muchos autores de su país de finales del siglo pasado, y que la emprendiera contra la “beatificación literaria” de algunas de las estrellas del “boom latinoamericano”.
Camilo José Cela dejó una estela de polémicas, casi todas tan acaloradas como ocasionales, pero también una obra importante para el disfrute de esos a que tan poco le interesaban, sus herederos bastardos, los lectores.
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